Parecía que Mari quería pasear. Para ello había tendido un hermoso manto blanco por todo el monte.
Mari era la dueña de los vientos y de la nieve, del agua y las tormentas. Vivía en su cueva del Amboto, sin apenas salir a tomar el aire. Cuando lo hacía, con sus andares de diosa, apenas rozaba el suelo con los pies.
A su paso nacían las margaritas en primavera, las lagartijas se estiraban al sol en verano o amarilleaban las hojas en otoño.
Pero a Mari le gustaba sobre todo el invierno para calentarse en su cueva mientras hilaba con hilos de oro una tela interminable.
Aquella tarde estaba contenta. Pensaba danzar descalza mientras los copos de nieve caían a su alrededor.Desde la cima de su monte sagrado, había contemplado toda Euskal Herría. Porque Mari tenía ojos mágicos y su mirada atravesaba los bosques y los valles. No podía perder el tiempo. El otoño estaba muy avanzado y las horas de luz eran muy pocas.
Se quedó un poco extrañada al comprobar que alguien se le había adelantado en el paseo.
- Será un rebaño de ciervos, pensó. Son muchas las huellas que van en la misma dirección.
Y decidió averiguar hacia dónde se dirigían .
En un claro del bosque había un caserío muy pequeño. Era un caserío de olentzeros. Allí terminaban las huellas.
Mari se quedó asombrada al ver un grupo enorme de galtzagorris asomados a la ventana sin hacer nada de ruido.
- ¿Qué ocurre?, preguntó Mari.
- Que está naciendo un niño, le contestaron los galtzagorris. Y cómo se ha puesto a nevar de esta manera, no ha sido posible buscar una comadrona para que ayude al ama a tener su bebé. El aita está solo con ella.
- Bueno, pensó Mari, el aita se las apañará.
Pero le entró un poco de remordimiento por haber organizado aquella nevada tan enorme que dejaba aislados a los caseríos del monte.
En aquel momento se oyó un llanto muy fuerte de recién nacido y todos los galtzagorris se pusieron a aplaudir.
Mari llamó a la puerta y salió el aita con su niño envuelto en una mantita.
-¡Biotza!, dijo Mari llena de ternura. Y cogió al niño en sus brazos.
Ama se había puesto muy malita y Mari les dijo a los galtzagorris que fueran corriendo a buscar a las lamias que debían andar cerca.
Las lamias llegaron enseguida y se pusieron a ayudar en la casa mientras que los galtzagorris se fueron a ordeñar la vaca y echar comida a las gallinas.
Ama y aita no sabían cómo agradecerles todo lo que estaban haciendo por ellos.
Les dijeron:
-¿Podéis ser los padrinos de nuestro niño aunque seáis mágicos?
-¡Claro que sí!, contestaron todos.
Y pensaron:
-Entonces le tenemos que hacer un buen regalo. Las lamias, acostumbradas al agua, decidieron encargarse de lavarle los pañales…
Los galtzagorris, que eran muy mañosos, le trajeron muchos juguetes.
Y Mari… ¿Qué le regalaría Mari?
Como era la diosa del día y de la noche, decidió que, a partir de ese momento, le iba a regalar a su ahijado un poquito más de luz cada tarde.
A partir de entonces, cada 24 de diciembre se reunían con la familia todos los padrinos y madrinas del pequeño Olentzero. Cada uno traía su regalo. Mari venía con sus minutitos de luz, que había ido recogiendo desde el día de San Juan.
Los galtzagorris le traían un regalo cada uno. Y como eran muchos, Olentzero tenía un juguete nuevo para cada día .
Al cabo de unos años había tantísimos juguetes en la casa que ya no podía entrar nadie.Hasta que aita se enfadó porque ya no le cabía ni una aguja en el pajar ni en la despensa ni en el trastero.Decidió entonces que había que quemar los juguetes viejos para poder disfrutar de los nuevos. Hicieron una hoguera muy grande con todos los juguetes y todos se pusieron a bailar a su alrededor.Como era carbonero y los juguetes eran de madera, luego vendía el carbón que resultaba de la hoguera.
Y todos los años igual. Pasaron cientos de inviernos.
Olentzero ya se había independizado de sus aitas y hacía carbón por su cuenta.
Un cumpleaños se atrevió a decirles a los galtzagorris:
- ¿No os habéis fijado en que ya soy un poco mayor para que me sigáis regalando juguetes?
- ¿Ya no nos quieres?
- Claro que os quiero, pero hace mucho tiempo que he dejado de ser niño.
Como los galtzagorris no envejecen, no se habían dado cuenta de lo crecido que estaba, con barba y todo.
- ¿Y qué vamos a hacer ahora con tantos cachivaches?
Dijo Mari, entonces:
-Vosotros podéis seguir haciendo juguetes. Olentzero y yo se los vamos a llevar a los niños y las niñas todos los 24 de diciembre para seguir celebrando esta fiesta tan bonita. Le voy a dar poderes mágicos a él también.
Entonces los galtzagorris fueron metiendo en el saco de Olentzero todos los juguetes.
Como Mari había hecho un sortilegio, el saco nunca parecía lleno por muchos paquetes que le metieran y Olentzero podía llevar tantos juguetes como los niños le pidieran en sus cartas.
-¡Bien!, gritaron los galtzagorris. Y seguimos haciendo la hoguera con los juguetes viejos.
- ¡Ah! No, dijo Mari. Los tiempos no están para despilfarros. Solamente con los que están estropeados. Los juguetes que nos gustan no envejecen jamás.
- Es cierto, dijo Olentzero. A pesar de mis canas, todavía me acuesto con mi primer peluche.
Mari sonrió complacida. Su ahijado Olentzero era un niño a pesar de tener más de mil años.
Y se fue a su cueva del Amboto a seguir tejiendo su interminable tela de oro.
21 diciembre 2010- PJ Blanco Rubio