domingo, 1 de junio de 2014

Taller de Crítica literaria Junio 2014

“SAB” Gertrudis Gómez de Avellaneda 1841

Nacer orgullosa criolla, de familia adinerada e intelectual, ayudada de lecturas progresistas, y sentirse esclava, por mujer, debió ser la causa por la que la joven Gertrudis Gómez de Avellaneda, “Tula”, (1814-1873) se negó a casarse a los 17 años. Motivo por el que su familia la trasladó de su ciudad natal, Camagüey, hasta Santiago de Cuba, a ver si la muchacha entraba en razón.
Pero no entró en las razones que le exigía su estatus, del que fue traidora: ella sabía perfectamente que “el esclavo, al menos, puede esperar que juntando oro comprará algún día su libertad: pero la mujer, cuando levanta sus manos enflaquecidas y su frente ultrajada, para pedir libertad, oye al monstruo de voz sepulcral que le grita: en la tumba”.

Estas frases, de su novela “Sab”, escrita en 1841,- once años antes que “La cabaña del tío Tom”-, son abolicionistas tanto de la esclavitud como del patriarcado, que, bajo apariencia de protección, mantenía sometidas a las mujeres en el siglo XIX.

En Santiago, Tula continuó leyendo a los escritores de moda como Lord Byron y Víctor Hugo, que llenaron su apasionado espíritu caribeño con la más pura consigna del romanticismo: la libertad en todas sus acepciones.

Fallecido su padre, y antes de residir en la Península- Cuba entonces era España- tuvo ocasión de acercarse a Francia y conocer personalmente a los gurús del movimiento romántico, que no solamente lo transmitió en sus escritos sino que su vida fue ejemplo de fogosidad amorosa, hasta el punto de ser madre soltera, lo que no le impidió casarse dos veces, con matrimonios desgraciados. Circunstancias estas que la sumieron en depresiones y tristezas, dedicándose al espiritismo y la mística, también a tono con el entorno tenebroso, que procedía en aquellos tiempos.

La Avellaneda sabía mucho de represiones, que razona y analiza a través de los personajes de su novela “Sab”, plenamente insertada en la ética y la estética románticas de Hispanoamérica.
La obra puede que esté plagada de estereotipos: Sab, el mulato inteligente, consciente de su superioridad intelectual, enamorado de la dueña y capaz de renunciar a una fortuna para que ella se case con el hombre que ama; éste, que se debate entre el amor y el dinero de la muchacha, a la que hubiera abandonado, pese a quererla, si hubiera sido pobre; Teresa, medio amiga y medio criada, atada a la familia, y Martina, la última mujer indígena, que también se merece atenciones como ejemplo de una raza en extinción.

La autora no solamente hace una narración de la historia, deteniéndose en descripciones líricas del paisaje cubano sino que es capaz de penetrar en el espíritu de cada uno de los personajes y transcribir sus monólogos interiores, con gran viveza y verosimilitud. Incluso intenta la objetividad cuando Enrique Otway se debate entre el amor hacia Carlota y la importancia que supone su dote para resolver los problemas económicos que le acuciaban.

Pero lo más emocionante, la parte que hay que leer dos veces recreándose en ella, es la carta que Sab, cuando está muriendo, escribe a su Carlota en la que, además de declararle su amor, hace un análisis de la situación del negro en una sociedad en la que se estaba planteando la abolición de la esclavitud, que si en Estados unidos se consigue en 1863, no llegó a Cuba hasta 1880, cuarenta años después de este lamento.

No será sorpresa comentar que la novela “Sab” estuvo prohibida en España, donde había habido debates muy agresivos en Las Cortes de Cádiz acerca del problema de la esclavitud: el tema seguía candente y era mejor no tocarlo.

Pese a que la Avellaneda era una autora reconocida, amiga de Fernán Caballero, Zorrilla y Espronceda, entre otros, también recibió las críticas de personajes como Menéndez Pelayo, que impidió que entrara en la Real Academia Española.
Muy propio de este país, que tardó cien años, desde la abolición de la esclavitud, en admitir una mujer como académica.

PJ Blanco Rubio Bilbao, 17-5-2014


Crónica del viaje a Madrid Escribe-lee



Reconozco que mis conocimientos de Astrología son muy primarios.
Pero tengo que admitir que las conjunciones de los astros, que dan ocasión a acontecimientos transcendentales, ocurren: lo hemos experimentado los amigos de la Asociación “Escribe-lee” en el viaje que acabamos de hacer a Madrid, que se organizó vía cultural, y las estrellas lo mezclaron con un suceso futbolero de primera magnitud: el partido final de la Liga de Campeones, y con las elecciones al Parlamento Europeo.

El equipo formado por Marijo Biurrun, Eva Beriain y José Manuel Galante, habían organizado el viaje y no lo tenían previsto: lo que afirma que los astros nos querían ubicar, por su cuenta, en un momento glorioso.
Salimos puntuales de La Granja de la Plaza Circular, y llegamos a La Granja de San Ildefonso, amenizando el recorrido con lecturas escogidas por Galante para la ocasión.

Aunque seamos de Bilbao, hemos de reconocer que La Granja de San Ildefonso es algo mejor que la nuestra, pese a que en ella no se pueda comer talo con chorizo.
Tampoco creo que el talo le gustara a Felipe V, que venía de la relamida corte francesa. Pero sí le gustó el lugar, que ya había sido palacio con coto de caza para la realeza desde los Trastámara. Así, que se construyó un palacete de vacaciones para los fines de semana y otros puentes protocolarios, a instancias de su segunda esposa, Isabel de Farnesio, que dicho entre nosotros, y bajito, debía de ser una mala pécora.

Este detalle lo comentamos, ya al final, paseando por los jardines, con la guía turística, que, como tenía que ser políticamente correcta solo nos contó, durante la visita, que al pobre Felipe V, como padecía depre, le habían colocado la cama enfrente del balcón para que contemplara desde el lecho las sonoras fuentes que rodean el Real Sitio.

Comimos los famosos judiones de La Granja, entre otras viandas, en el restaurante Roma, junto al palacio y salimos lanzadas hacia Madrid para alojarnos en el hotel Inglés, en el mismo centro, y salir, ya aseaditas, a dar una primera pasada por la Villa.

Galante, iba con su chuleta, que había trabajado bien, a fin de no dejarnos perder detalle de los lugares señeros por los que pasábamos, y en los que nos detuvimos para leer datos de interés. Desde la calle Echegaray pasando por la Puerta del Sol y por la calle Arenal, llegamos a la Ópera, Plaza de Oriente, Palacio Real y Almudena cuando el sol se ponía en una tarde hermosa de nubes y reflejos.
Ya nos estábamos cansando; así que, cuando aterrizamos en el Mercado de San Miguel, la cuadrilla se disgregó y nos sentamos en terrazas, en grupitos, a tomar unas tapas. La noche contratada era de magnífica primavera.

El plan del día 24 salía muy intelectual: comenzaba con una visita a la Biblioteca Nacional a las 12. Cada uno se organizó como quiso el tiempo previo. Mi cuadrilla se dio una vuelta por el Paseo del Prado y Recoletos, donde tomamos un cafelito en el Gijón, como pedían las circunstancias.

Nos hicimos fotos con Alfonso X en las escaleras de la Biblioteca, antes de entrar. No nos quiso contar el rey Sabio que la Biblioteca Nacional, que presume de haber informatizado sus archivos literarios, tiene una oficina donde, en vez de ordenador, utilizan todavía facistol- ambas palabras riman en asonante, es verdad, y puede despistar al personal- y en los pergaminos no les constaba nuestra visita, ni nos tenían preparado el guía prometido.

Así que nos conformamos con visitar la exposición temporal sobre la Generación del 14, a toda prisa, hartas de esperar, cuando podíamos habernos regodeado con ella, porque era muy interesante. Incluso dedicaba un panel a las mujeres del Lyceum, que tan afines son a nosotras.

Lo que más nos dolió fue ver a Marijo disgustadísima, haciendo la reclamación pertinente in situ. No tiene muy claro si ha de reclamar y quejarse de nuevo vía email o vía paloma mensajera.
Menos mal que la alcaldesa, Ana Botella, nos había cedido un reservado en el Ayuntamiento para comer. El lugar era muy coqueto, conjugando la arquitectura del antiguo palacio de Comunicaciones con línea supermoderna y, en el centro, una mesa de cristal negro, elegantísima. Lo del cristal debe ser para que creamos que hay transparencia en el Ayuntamiento. Como que no supiéramos cómo están las cosas. Lo que no ha podido ocultar es que han hecho un ERE con los camareros, escasos y tan lentos que la comida llegaba fría y tarde.

Tanta demora impidió aprovechar con fundamento el tiempo libre hasta la cita en el “Café Comercial”, en la Glorieta de Bilbao. Algunas listillas se ensayaron los textos que luego debían declamar y otras nos dimos una cabezada en un saloncito de lectura anejo a la cafetería del Ayuntamiento. Un placer.
El “Café Comercial” incluye un recinto, en el piso superior, propio para eventos culturales. Allí teníamos la cita con Ángela Figuera. Acudió su familia en pleno y cuantos contactos habíamos apañado: el salón estaba lleno, pese a que, en esos mismos momentos, Madrid se preparaba para el gran derby: Real Madrid- Atlético, que, pese a jugarse en Lisboa, traía a la ciudad en ascuas.
El recital resultó entrañable, y tanto el público como los que lo organizaron y lo ejecutamos quedamos satisfechos. Al salir no encontramos un alma en la calle: los dos estadios, las casas y los bares aglutinaban a los forofos, bien vestidos con los colores de su equipo y dispuestos a salir disparados hacia las plazas de Neptuno o Cibeles, según quien ganara.

Como nosotras éramos neutrales, fuimos a cenar a un restaurante cerca del hotel. En el piso de abajo estaba el bar lleno de atléticos, se supone, porque fueron más lamentos que gritos de gozo los que escuchamos al final del partido: la copa se la llevó el Real Madrid. La fiesta era, pues, en la Cibeles y hubo quien se quedó hasta altas horas de la madrugada en algún café contemplando la euforia de los ganadores, que se dirigían hasta la concentración.

Todavía, en la mañana del domingo 25, cuando salimos las madrugadoras a darnos una vuelta hasta Atocha, a través de la calle de Las Huertas y leer los textos inolvidables de nuestros mejores poetas escritos en la calzada, nos tropezamos con más de cuatro borrachines, que buscaban su casa mientras las máquinas limpiaban la basura que daba fe de la gamberrada nocturna.

A eso de las 12 llegamos a Alcalá de Henares. Nos esperaba Silvia, guía turística, vestida a la usanza de los estudiantes de la Universidad durante el barroco. Nos acompañó en el recorrido de una ciudad llena de historia y de hijos ilustres tanto los nativos como los que aprendieron en las aulas tanta sabiduría como se almacenaba entre sus bibliotecas. A Silvia se le veía el plumero: es más fan de Quevedo y de Lope que de Cervantes; aunque ha hecho un estudio acerca de las hermanas del Príncipe de los Ingenios, a las que, por leídas, el vulgo ignorante de la época las marcó, tristemente, como putas. Tema interesante éste, en el que habría que profundizar.

Comimos en el restaurante “El sexto sentido”, que tuvo el detallazo de incluir el logotipo de la asociación “Escribe-lee” en el texto del menú.

La vuelta fue un poco larri. El conductor nos puso una película que rompió el clima del grupo. Así que no tuvo la altura intelectual que procedía, dado el nivelazo de todas y cada una de las viajeras.
Faltó esa despedida literaria que nos merecíamos en la que le debíamos dar las gracias a los organizadores mientras recordábamos las anécdotas del viaje y leer el poema colectivo que habíamos escrito en la cena, la noche anterior.

Mientras nos acercábamos a casa, las familias nos comunicaban cómo iban las votaciones al Parlamento Europeo. Este era el tercer momento astral del fin de semana.
Parece que los partidos poderosos se han fraccionado y han comenzado a surgir otros, más pequeños, todavía puros y sin contaminar.

Algún día, Europa, que está sufriendo dolores de parto, y a la que le quedan todavía muchas contracciones dolorosas, parirá un país múltiple y dichoso en el que tengan cabida los poetas.Está escrito en las estrellas.


PJ Blanco Rubio Bilbao, 27, 5, 2014