domingo, 26 de mayo de 2013

Viaje Orillas del Río Duero de Escribe-lee


Cuando José Manuel Galante nos organizó una excursión al río Duero pensábamos que nos lo encontraríamos en los recodos del camino, discurriendo bajo los puentes y arrullándonos en los sotos. Pero, qué va: hemos comprobado en nuestras propias carnes cómo se forma este río: a fuerza de nubes negras, granizadas, ventiscas y agua de mayo, bendita, según dicen, para que los verdes trigales de Castilla lleguen a buena cosecha que deje tranquilos a los labradores inmersos en la crisis.

Salimos de Bilbao el día 17 de mayo, viernes, bien arropados en tabardos, bufandas y paraguas -porque los
augures habían pronosticado frío invernal- formando una comitiva poética y alegre, a la que la temperatura no arredraba y mucho menos desde que ya no sirven los grados del termómetro para diagnosticar el frío, porque nuestra sensación térmica- que es lo que ahora mola- física y espiritual, se hallaba en la más deliciosa primavera.

Además de los fieles de toda la vida que pertenecemos a la Asociación “Escribe-lee”, se habían incorporado algunas viajeras nuevas, que indagaban con la mirada cómo sería un viaje con esta cuadrilla de locos que va leyendo poemas durante el trayecto y, en capítulos llenos de suspense, un cuento de Las Mil y Una Noches con el que la locutora, Loli, mantuvo la intriga hasta el último día.

La primera parada la hicimos en el Hotel “Aranda”, de Aranda de Duero; allí dejamos las maletas, nos aseamos y salimos disparados hasta Peñafiel donde comimos y enseguida salimos a visitar el magnífico castillo, hoy Museo del Vino, con sus 230 m de largo y que luce airoso sobre la roca oteando la inmensa planicie de la Meseta.


En el pueblo nos esperaba la guía turística que nos llevó por las zonas más interesantes como la Plaza del Coso, donde se hacen corridas de toros desde la Edad Media y que hoy es centro de reunión de los acontecimientos de la villa. Es curioso que los balcones, que aparentemente forman parte de los edificios no sean otra cosa que los palcos de la plaza, irregular por otra parte.











También visitamos el monasterio de San Pablo, curiosa edificación que da fe de las manos por las que ha pasado, con capillas góticas, mudéjares y barrocas. Allí está enterrado- dicen- el Infante Don Juan Manuel. Lo que no queda claro es si también yacen entre sus muros Patronio y su Conde Lucanor.

Cenamos en el hotel de Aranda, haciendo amigos entre los conocidos y los viajeros novicios. El día 18 nos dirigimos a Peñaranda de Duero, Burgos, hoy un pueblecito anónimo, que luce palacio renacentista, el de los Avellaneda, en medio de una plaza con su impresionante rollo, que no es lo mismo que la picota en la que se ajusticiaba a los reos; unas casas medievales, deliciosamente conservadas y la colegiata, magnífica, que nos explicó el arcipreste con todo detalle. La colegiata está llena de relicarios de todas las épocas y lugares. Si es cierto que las reliquias protegen a sus devotos, allí todo el mundo está libre de sustos.

Sobre el horizonte, y en otra roca hay un castillo, de la misma hechura y menos restaurado que el de Peñafiel, que indica, como todos los castillos de la zona, por dónde estuvo la muga entre Castilla y Al Andalus en la línea del Duero, que fue el primer gran avance de la Reconquista.

De Peñaranda pasamos a El Burgo de Osma, que pertenece a Soria. La gente del Burgo, arrabal del pueblecito medieval de Osma, le fue comiendo importancia a su progenitor, tanto que lo dejó relegado al
otro lado del río, de tal manera que hasta consiguieron convertirse en villa. Hoy lucen magnífica catedral y obispo, con toda la parafernalia que conlleva un obispado en instituciones y edificaciones anejas.



Pero a los viajeros de Bilbao, además del sepulcro románico de san Pedro de Osma, que está para disfrutarlo con todo su color primigenio, los soportales, las plazas y la torre, lo que más nos afectó fueron los torreznos que nos pusieron en la mesa del restaurante Virrey Palafox. ¡Ay, qué ricos!.


Nos aseguraron que estaban asados con una receta ancestral que los libraba del colesterol. Menos mal. Porque cayeron bastantes. En Castilla no hay marisco, pero sí torreznos y chorizo y hasta sopas de ajo con sabor a canela y su huevecito escalfado.

Del asado que al día siguiente comimos en Lerma, mejor no hablar, que encima, iba precedido de morcilla burgalesa.

Cómo se conoce a los habitantes de un territorio por su comida. En la sobria Castilla, con cultura de pan y ovejas celebran al marrano y al cordero en todas sus manifestaciones como cristianos viejos.

Y luego salimos para el Monasterio de La Vid a ver si nos enseñaban su magnífica biblioteca, pero el agustino no estaba por la labor y nos dejó contemplar solamente un incunable y un facsímil de códice guardados en vitrina, además del museo religioso que tienen lleno de imágenes y objetos de todo tipo y calidad.

Menos mal que el claustro del monasterio está bien resguardado con modernos cristales porque durante su visita cayó una granizada de antología. Hay que agradecerle a Galante, lo organizados que tenía los chaparrones, que siempre nos pillaban bajo teja.

Como después de semejante banquete no había manera de cenar, a la vuelta, aprovechamos para conocer “Aranda la nuit” aprovechando que estábamos a 18 de mayo, día de los Museos y Noche Blanca.

Todo Aranda estaba lleno de luz: la Casa de Cultura, la Casa de Las Bolas, que es una sala de exposiciones donde había lecturas poéticas entre los cuadros; la iglesia de San Juan, convertida en museo sacro y donde aparece un Santiago Matamoros sin moro, que ahora es políticamente incorrecto y, sobre todo, la parroquia de Santa María la Real, con una fachada en gótico isabelino que es lo mejor de lo mejor

Allí había un recital de copla. Que la cultura es la cultura y el día de los museos se merece un detalle. Mismamente, en el altar mayor, donde al día siguiente, domingo, se impartirían las Primeras Comuniones, una folclórica cantaba las desventuras de “La bien pagá”, La “lirio” y “María de la O” como Magdalenas arrepentidas a los pies de Jesús. Está visto que la Iglesia acoge a los pecadores y sobre todo a las pecadoras siempre que lo hagan por amor.

Eso es acercarse al pueblo y a la vida misma, no andarse en zarandajas científicas y utilizar las células madres para curar el alzheimer, que es pecado.

El domingo 19, y debido a que, por problemas ajenos a la organización, no se había podido realizar en Peñafiel el recital programado, hubo un minirecital, muy íntimo, en un saloncito del hotel, y nos dejó a todos un gustillo poético, que no puede faltar en nuestras manifestaciones. 



Visitamos la villa, compramos recuerdos- más bien gastronómicos, como chocolates y pastas típicasacudimos a la santa misa, y nos tomamos nuestro vermut, todo por libre.

En Lerma, que fue nuestra ultima etapa, visitamos el Parador, antiguo palacio del Duque de Lerma; el convento de clarisas donde hay oberbooking de monjas, que van con vaqueros y son muy rompedoras, al parecer, aunque parezca extraño en estos tiempos laicos; nos asomamos al mirador, antes pasadizo cubierto para que los nobles no se mancharan los zapatos en días como el que nos ocupaba y pudieran acudir a misa o contemplar el paisaje… y comimos.



Fernando en el autobús de vuelta, en nombre del grupo , agradeció a la Asociación escribe-lee la buena organización del viaje, su dedicación, su amabilidad y todas las atenciones que han tenido con nosotros.



P J Blanco Rubio 20 mayo 2013