domingo, 8 de julio de 2012

Pintura y Literatura


El pasado curso, en el taller de Escritura creativa que dirige Josu Montero tuvimos una experiencia que para bastantes de los asistentes resultó altamente estimulante: relación de literatura y diversas artes y medios de comunicación. Concretamente, en el caso de la pintura, recuerdo en especial las fotos-estímulo (a partir de las cuales elaborábamos nuestros relatos o poemas) que nos trajo Josu del pintor americano Edward Hopper.

No se van fácilmente de tu memoria sus cuadros. Cuando hay en ellos personajes, su gesto o su mirada parece que te está pidiendo a gritos que te intereses por su historia, que trates de ver lo que él ve o de pensar lo que él piensa. Y cuando no los hay, las estancias vacías parecen reclamarlos: unas luces encendidas, a través de las ventanas, unas ropas íntimas que dejó encima de cualquier lugar una mano cansada...

Con ocasión de una gran exposición del pintor en el Thyssen Bornemisza (por si os interesa está hasta el 16 de septiembre) he tenido ocasión de ver en directo sus cuadros originales y apreciar mejor algunos aspectos de los que quisiera destacar uno: esa viveza que toma el color de las cosas cotidianas. Puede ser un surtidor de gasolina, un semáforo, una escena cotidiana en que la mujer habla, mientras el marido lee el periódico...

Para mí es como si el pintor nos dijera “No busquéis grandes temas ni grandes efectos para transmitirlos. Lo único que hay que hacer es encuadrar bien lo cotidiano, lo que nos pasa en cada instante, y hacerlo brillar. Porque eso es lo grandioso de la vida y nos suele pasar desapercibido”.

Cuando aún brincaba en mi retina la viveza de colores de los cuadros de Hopper, El País publicaba un artículo de Antonio Muñoz Molina con el título Dos miradas americanas (Babelia 23/06/12). Pensé por un instante que este famoso escritor espiaba nuestras actividades en el taller de escritura, porque veréis:

La otra mirada americana a la que se refiere Muñoz Molina es ni más ni menos que a la del poeta americano Williams Carlos Williams, que, como los asistentes al taller recordarán, leímos y ensayamos con sus poemas durante algunas sesiones. Yo era de los escépticos con este poeta, no me decía nada. Pero la insistencia de Josu (“Vamos a volver a leerlo...”), comentarios, etc., fueron creando en mi ánimo al menos el beneficio de la duda, y tener la mente abierta para este autor ante una nueva ocasión.

Y esta ocasión ha llegado con la visita al museo para ver los originales del pintor, con la lectura del artículo de Muñoz Molina y con la relectura de los poemas de William Carlos Williams. Reproduzco algunos a continuación:

LA ACACIA EN FLOR               LA CARRETILLA ROJA

Entre                           cuánto depende

la verde                        de una

rígida                          carretilla

vieja                           roja

brillante                       bruñida por el agua

quebrada                        de la lluvia

rama                            junto a los blancos
                        
llega                           polluelos.

el blanco

suave

mayo

nuevamente.


Sirvan estos dos poemas para poder observar en ambos esa grandeza de lo sencillo cotidiano. Y tanto el pintor como el escritor, el uno con el color y la forma, el otro con la palabra nos invitan a ver de nuevo esa realidad que por estar tan cercana a nosotros, por sernos tan cotidiana y familiar nos hemos alejado de ella.

Los dos autores comparten también otra característica del contexto histórico que les tocó vivir. Como se sabe, a principios de siglo Nueva York no era el polo de atracción cultural, sino Europa y sobre todo, París. Y la mayoría de artistas y escritores americanos viajaron a Europa con un cierto complejo de provincianos. Pero no fue el caso de los autores que comentamos. Sí tuvo mucha influencia Degás en Hopper, por esa pasión que el pintor francés tenía por el instante (recordamos la pintura de Degás en que una niña se está atando su zapatilla de baile un minuto antes de salir al escenario). Pero fue en lo único que siguió a los impresionistas y vanguardistas: la importancia de la fugacidad, captar el instante del acontecer que es como se da la vida, estar ahí en ese instante, y a este fin puso todo su esfuerzo con la forma la luz y el color en sus cuadros. Ninguno de los dos se dejaron impresionar por las vanguardias de moda. Su vocación fue la de enseñarnos a que tratemos de ver siempre con nuevos ojos eso que tenemos siempre delante.


Santos Pérez , Bilbao, 08-07-2012