A quien corresponda le pido, que me quite
la magia de perderme en unos ojos de añil
con escondrijos de luna.
Que se lleve el collar esotérico del arco iris
en el escote de las brujas;
que ya ha cesado la lluvia
y se han vestido de sol las calles mojadas.
Y el mar, también el mar,
con su vaso espumoso y el cosquilleo suave.
Que me quite el carcajeo del torbellino,
con el remolino alegre,
y esos amarillos de girasoles buscando
las sombras de mis dedos;
que se lleve el éxtasis de las poesías,
las palabras; que se las lleve todas,
como se las lleva el viento,
a fumaradas, con jadeos de primaveras.
Que me quite todo lo que quiera,
pero que me haga volar
hasta las copas más altas de los árboles.
Que me dé a cambio la arboleda y sus coronas,
las cúspides rocosas;
que quiero preguntarle al cielo endiosado;
en qué despacho se guardan los rezos tristes.
En qué magno rincón se archivan las lágrimas
por la niña sucia de los muñecos sucios;
en qué celestial ventanilla se atiende el olvido
cerrado y largo de los arrinconados;
y esa zarpa de sol blanco de las penas negras,
y tantas y tantas calamidades más.
A quien corresponda le digo nuevamente,
que pongo también a su disposición
mis guantes de fiesta y mi pañuelo de blondas;
pero que me dé las alturas de las cimas;
que quiero llamar a este cielo,
que se ha dado la vuelta y no nos mira.
Begoña Iribarren
domingo, 18 de abril de 2010
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