viernes, 8 de octubre de 2010

Crónicas estivales - Camino del Destierro del Cid día VI

Día 25- miércoles-Quintanarraya- Alcozar. 21 Km.

El pueblo de Huerta del Rey, mi señor Ruy Díaz, tiene su aquél: le ha levantado monumento a los emigrantes. Cuántos serían, pienso, los que tuvieron que dejar su pueblo. Emigrantes con maleta, expulsados, por la necesidad, de su tierra, que luego volvieron, sin demasiadas conquistas. Vos lo fuisteis a caballo cuando el rey os desterró. Que el destierro tiene muchas versiones, señor.

Cuando tomamos el autobús para comenzar la ruta en Quintanarraya, todavía estaba la luna llena en el cielo.

Entonces lamenté que esta aventura no hubiera ocurrido en los años sesenta, cuando una tenía cincuenta años menos de edad y cincuenta más de romanticismo. Entonces no hubiera pedido cambiar la noche al raso, en un tendido de una plaza de toros de pueblo por un castillo de cinco almenas. Me hubiera pasado la noche haciendo la luna, como los torerillos en las dehesas. Mejor con un buen mozo, no torero necesariamente. Los peones que durmieron anoche en el albero peinaban canas y lucían ya dentadura postiza. No atraían demasiado para acompañarte en una noche de luna llena, mío Cid, pese a ser encantadores durante la marcha.

La caminata ha sido dura. Pasamos por Hinojar del Rey, Alcubilla de Avellaneda, con palacio guarnecido de leones, y Zayas, para terminar en Alcozar como final de etapa. En bus hemos llegado hasta san Esteban de Gormaz.

Lástima que en Soria no tienen detalles con el caminante y no señalan las rutas por los montes tan hermosos que poseen. No aparece un solo hito en los cruces de caminos, creando confusión y abatimiento en el andarín. Ni siquiera la ruta que vos seguisteis en vuestro destierro, impidiendo así a la infantería entusiasta que se le quiten las ganas de recorrerla y, de paso, pueda disfrutar de la riqueza de su vegetación. Para gran parte de la mesnada, más bien urbana, estos paseos están siendo una diplomatura en naturaleza. Yo misma he conocido hoy una sabina de la que tanto había oído hablar. Mi primera sabina– un sabinar entero cargado de olores- y un compañero amable me hizo notar las diferencias que tiene con el enebro.

Cuando llegamos a la villa de Alcozar, nos rodearon los rapaces que veranean con los abuelos y que apenas conocen a los caballos. Vuestros caballeros, tan amables, les dieron un paseíto a la grupa. Delicioso momento.

Nada sabían se vos los chiquillos, que en las autonomías donde han nacido les trae sin cuidado vuestra leyenda. Les contamos quién fuisteis y cómo pasasteis por su pueblo, hace mil años, pidiendo posada. Lo mismo que la señora Gloria, tan amable con nosotros, que nos cedió el antiguo local de las escuelas, hoy centro cívico, sus antepasados le dieron agua y comida a vuestra hueste.

Nosotros, mil años después, habíamos vuelto a darles las gracias.

Entre los chiquillo había una niña, muy débil y muy blanca, toda ojos azules. Escuchaba asombrada.

No tenía lágrimas.

Ya nadie llora por vos, mi señor.


30-agosto 2010 PJ Blanco Rubio

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