viernes, 24 de octubre de 2014

Tu cuerpo


Tu vestido de flores se abre despacio
como las tapas de un libro
que descubres por capítulos;
dejando a la intemperie
tus incidentes, tus viajes,
pormenores y aventuras.






Eres toda una biografía impresa.
Tienes una vacuna en el muslo
como un garabato
que cuenta tu niñez y tus miedos infantiles.

Una sutura emborronada por el sol.
Un antojo de nacimiento maquillado para la ocasión,
una rosa negra…, el broche de fiesta entre los muslos
o a veces también un separador de episodios.

La rozadura violeta y delatora
como la frotadura de un beso de la que sólo tú sabes.

Tu vestido es eso, 
la funda de un libro que escondes celosa. 
Quizá hable en algún lugar de los brazos
que se han deslizado por tu cintura
o seas una enciclopedia con países inexplorados,
recónditos lugares, 
blancas lunas, cordilleras,
historias arcanas, consejos,
apuntes varios.

Eres un poemario con la tapa de flores.
¿Flores frescas
o las flores del mal de Baudelaire?



Begoña Iribarren Astorkiza 




Taller de Crítica literaria Noviembre 2014





SISI, EMPERATRIZ CONTRA SU VOLUNTAD

Muchas historias y leyendas se han escrito de Elizabeth de Baviera, emperatriz de Austria, (Munich 1837- Ginebra 1898) conocida vulgarmente como Sisi. La que comento es la biografía escrita por Brigitte Hamann, en 1982, con traducción de Herminia Dauer, muy exhaustiva y rigurosa, con citas textuales de importantes documentos.

El simple hecho de comenzar la biografía de la emperatriz decimonónica más bella de Europa con su auténtico nombre, Elizabeth de Baviera, o con el que se la conoce coloquialmente, Sisi, ya altera el guión de manera sustancial.

Su reinado ocupa la última mitad del siglo XIX , cuando comienza a derrumbarse el Imperio Austrohúngaro, resto obsoleto de las monarquías absolutas, en las que el emperador era elegido a dedo por el mismísimo Dios. Y como tal, incuestionable.


Esta idea católica y teocrática fue la que vivió la ingenua Sisi, igual que una pastorcilla de los cuentos, cuando con 16 años, se encuentra casada con un príncipe- el emperador Francisco José, de 23-, que resultó no ser tan azul como ella se había imaginado.


Lo que no podía esperar la buena de Sisi es que aquel príncipe tan enamorado, que la amó hasta la muerte, se convertía en rana con cerebro rígido, en cuanto llegaba a palacio, donde mandaba su madre y mentora, Sofía, de quien el emperador era completamente dependiente.

La suegra se encargaba de apretarle el corsé imperial, tanto en la ausencia de su esposo como en su presencia, sin comprender que Elizabeth era una muchacha tímida, a la que abrumaban las celebraciones y las aglomeraciones, pretendiendo que su misión oficial consistiera en acudir a saraos con la alta e hipócrita aristocracia, mientras el emperador pasaba los meses de guerra en guerra, para mantener la paz en un territorio formado por múltiples etnias, religiones y nacionalidades con deseos de independencia.


La corte de Viena, entonces capital del mundo, estaba proyectada con cuadrícula germánica, y la princesita de Baviera, acostumbrada a la libertad tanto de pensamiento como de conducta, no encajó en ella. Pero Sisi se dio cuenta de que era la emperatriz absoluta y no merecía la pena rivalizar con la aristocracia vienesa, que la rechazaba. Y sin ser frívola se convirtió en el icono subversivo de su tiempo, sabiéndose hermosa e inteligente.


Elizabeth vivió para sí misma haciendo caso omiso de sus deberes de reina, esposa y madre, viajando en su yate Miramar de puerto en puerto, desde las Azores al Mediterráneo, y del que bajaba camuflada, mientras su peluquera aparecía en cubierta, vestida con los trajes imperiales y recibía los saludos de las multitudes. 


No aceptó nunca el deterioro de la edad: pasada la cuarentena, siempre iba acompañada de un abanico, tras el que escondía su rostro que, además de ocultarla, la alejaba del público que tanto le aterraba. Porque aunque la emperatriz dedicara gran parte de su tiempo en hacer gimnasia, dietas adelgazantes, caminar, montar a caballo, siempre rodeada de secretarias, peluqueras y doncellas, a las que tenía con la lengua afuera de tanta hiperactividad, padecía una misantropía aguda, que le impedía participar en deportes en equipo, como el tenis, tan de moda entonces.

Menos mal que aprovechaba sus interminables tres o cuatro horas diarias, sentada mientras la peinaban, con clases de idiomas, escribiendo poesía y leyendo a filósofos que la fueron convirtiendo en republicana y agnóstica. 

Hasta llegó a anotar en su diario: 
"He oído decir que la república es la forma de gobierno más conveniente para los pueblos", frase que fue una provocación en el Imperio. Como lo fue su devoción por Heine, poeta judío, en un momento que comenzaba a plantearse el antisemitismo en Austria.


Estas ideas contrarias la política absolutista imperante le hicieron simpatizar con el conde Andrássy, líder de la constitución de Hungría, que la coronó como reina de este país, y de quien se llegó a comentar que era el padre de su hija Valeria.

Transmitió estos pensamientos revolucionarios a su hijo Rodolfo; de quien se dice en la últimas investigaciones documentales, que no se suicidó en Mayerling sino que murió ejecutado por sicarios políticos, dado que quería derrocar a su padre, el emperador. 


La pasión por su príncipe azul se desvaneció muy pronto y su hija Valeria comenta en su diario que los emperadores se zaherían continuamente haciéndose la vida imposible. 


Sin embargo, con la edad fue dándose cuenta de que su abandonado esposo, Francisco José, que la amó siempre, a pesar del poco caso que le hacía ella, necesitaba una amante segura y seria, en vez de tener que buscar de flor en flor para consolarse de sus ausencias; y le encontró una actriz, Katharina Schratt, alejada de la aristocracia, que tanto la incordiaba, para que el emperador tuviera quien le consolara en su muerte, que presentía próxima. 

Esto sí es un signo de modernidad absoluto. 
Así podía justificar sus escapadas al Reino Unido donde ella no tuvo inconveniente en hacer público su romance con el jinete inglés, George Bay Middleton su profesor de equitación.

Hoy se podría hacer una restauración psiquiátrica de la personalidad de la mítica emperatriz. Hay muchos documentos que pueden ayudar en este trabajo ya que sus secretarias, peluquera, hijas y ella misma, dejaron diarios para ello. Lástima que Elizabeth quemara gran parte de su producción poética, que daría muchas pistas.
Hay quien opina que Elizabeth fue una precursora en defender su libertad, rompiendo con la corte convencional, procurando una educación más humanista y menos rígida para sus hijos, que la que pretendía su esposo.

Y también hay quien opina, que Sisi, fue una niña malcriada e irresponsable, que no tuvo en cuenta las obligaciones de su cargo, y que no fue capaz de organizar una sola asociación para ayudar al sufridor pueblo, que la adoraba.

Y hay a quien le da mucha pena la vida de la emperatriz Elizabeth de Austria, que llevó con suma dignidad multitud de desgracias familiares; que no encontró la felicidad ni en el matrimonio, ni en sus hijos, ni en sus palacios, ni en sus caballos ni en sus viajes- en uno de los cuales fue asesinada- que la convirtieron en la reina errante, siempre buscándose a sí misma.

A mí me ha parecido una pobre mujer, que recurría a la santería para hablar con su hijo muerto; anoréxica perdida; con miedo a la locura -vete a saber qué dosis tuvo de ella-, que había atacado a varios miembros de su familia, como su primo Luis I de Baviera; que se refugiaba en la literatura clásica- era una enamorada de Shakespeare y de los griegos -, pero incapaz de participar en la actividad cultural que se estaba desarrollando en su época.

En resumen: una víctima del ocaso de un sistema: el Antiguo Régimen , que le ponía trabas para incorporarse a las nuevas circunstancias sociopolíticas, y que ella decidió resolverlo colocándose al Imperio por montera.

Pero eso mismo, y a otro nivel, es lo que nos está ocurriendo a nuestra generación. Claro que no hemos sido emperatrices del Imperio Austrohúngaro. Gracias a Dios.



Bilbao, 16 0ctubre, 2014 PJ Blanco Rubio

Presentación Decires Nº 36 Asociación escribe-lee