viernes, 23 de abril de 2010

¿Es científica la literatura?


Ya sé que, al menos a primera vista, la respuesta es no, puesto que la ciencia tiene procedimientos rigurosos de verificación experimental y emplea un lenguaje carente de ambigüedad. En cambio la literatura parece encontrar su encanto en la ficción que escapa al control experimental y en la ambigüedad sugerente de su lenguaje.

Pero si ambas disciplinas son estrategias que, sustituyendo a otras, el ser humano ha ido empleando para sobrevivir, si como dice Salvador Pániker: “Los antiguos griegos propusieron el conocimiento para sostenerse en pie en este mundo amenazante”, deberán tener en común más de lo que parece. Y la desavenencia parece desde luego evidente. Cuando en un debate alguien quiere desacreditar la opinión de su interlocutor no tiene más que decir: “eso que dices no tiene rigor científico” ó “vamos a dejarnos de literatura”. Y, mientras la ciencia se arroga su mayor cercanía a “La Verdad” por el rigor de sus procedimientos, a la literatura parece habérsele asignado el papel de entretener con sus creaciones de ficción al sufrido ser humano para que pueda evadirse de este mundo amenazante, o al menos pueda entretenerse mientras viaja en metro.

Pero no creo que la ciencia esté tan cerca de la verdad ni que la literatura sea sólo entretenimiento y evasión. Aquí me detendré en defender el valor rigurosamente científico de un tipo de literatura sin menoscabo de su calidad literaria, e invito a quien le interese a compartir esta investigación con sus observaciones, hallazgos propios o discusiones.

Para empezar, partiré de una referencia cuya calidad literaria es indiscutible. Me refiero a la obra Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes. Además de ser referentes universales tanto la obra como su autor, algunos estudiosos de la personalidad, desde una perspectiva científica, han estudiado los personajes Don Quijote y Sancho como modelos opuestos de dos tipos de caracteres. Los más famosos psicólogos como Jung, Sheldon, Kretschmer y otros, han encuadrado los comportamientos de estos personajes creados por Cervantes en sus respectivas teorías tipológicas. Y son tantas las coincidencias entre dichos autores, que demuestran que Cervantes no fue sólo un genial escritor, sino además un profundo conocedor del comportamiento humano.

Haciendo pie en esta tipología tan ampliamente aceptada quisiera yo dar el salto para afirmar que hay dos tipos de ficción. Una ficción evasiva, que sólo consigue entretener al lector mientras está leyendo el libro. En cuanto lo deja, personajes y trama desaparecen de su mente como desaparecen los genios de las lámparas maravillosas o los hologramas tras un corte de energía. En cambio hay otra ficción que tras la lectura te deja una especie de poso que persiste acompañando durante tiempo tu memoria. Y, sin tú apercibirte de ello, actúa como un espejo que ilumina algunos aspectos de tu personalidad o la de otros, que hasta ese momento te resultaban desconocidos.

Es difícil, por ejemplo, no sentirse seducido por las manías y peripecias del personaje Carvalho, creado por Vazquez Montalbán. Yo no puedo olvidar, aunque hace más de dos años que leí el libro, la ternura y el encanto de Nathan Glass en Brooklyn Follies de Paul Auster.
¿Es esto literatura científica? Contesto que sí, puesto que estos y otros muchos autores reproducen las condiciones de la metodología científica: crear una hipótesis y someterla a verificación experimental.

En efecto, con independencia de que sus tramas sean o no de ficción, crean hipótesis verosímiles sobre el comportamiento de sus personajes y las someten a una doble verificación. La primera se realiza en el momento de su creación. Pues tienen que observar si sus personajes funcionan o chirrían entre sí y con la trama en la que se desenvuelven. Estos grandes autores tienen mucho respeto al lector. Saben que por impactante que pudiera resultar no se pueden sacar de repente un asesino de la manga, ni terminar una novela con un Deus ex machina. La segunda se produce al publicar la obra, cuando ésta comienza a circular entre el tribunal de lectores.
Y, como es a lectores a quien me dirijo, supongo que cada cual tiene sus personajes, obras y autores favoritos y podrán corroborar o desmentir lo que digo.

Santos

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