Nací al alba, cuando cierran los ojos las estrellas;
y nací como todos, con un llanto asustado,
que hoy dedico por tantas despedidas.
Vine un día y aquí estoy;
si no estuviera, no escribiría versos,
ni pintaría nubes con cejas de carbón.
Cuando abrí la vida
se escapó la luna con su lazo de plata
buscando otras noches.
Ese día madrugaron en mi casa;
y es que yo, nací al alba,
y vi romper al día las faldas de las sombras
y apagar la luz de las farolas.
Me contaron que era colorada y hermosa
como la manzana de un cuento,
y tuve también mis brujas y mis ogros
al fondo de mis miedos.
Mi niñez tuvo un aroma de azoteas,
de ropa húmeda, geranios,
y humo de fogata;
un perfume de barrio valiente y pobre.
Así que yo también tengo,
un perfume de barrio valiente y pobre,
cuando salen los perfumes
a ambientar las calles,
envueltos en una riada de colores.
Fui a la escuela, a leer en los libros,
a escribir en pizarras, a escuchar al maestro;
y paso el tiempo llevándose la infancia;
y aprendí entonces muchas cosas;
a leer en los ojos,
a escribir con las yemas de los dedos
y a escuchar los latidos de mi corazón.
Nació un día así el amor de madrugada,
cuando cierran los ojos las estrellas,
y nació como todos, con un llanto asustado,
que hoy dedico por tantas despedidas.
Begoña Iribarren
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¡Qué manera tan hermosa de contar las cosas sencillas y cotidianas pero que son únicas para el que las vive en primera persona!¡Qué sensibilidad tan dulce!
ResponderEliminarC. Z.
Muy hermoso:
ResponderEliminarEl poema va ganando en lirismo a medida que avanza.
PJ