El realismo mágico de DELIRIO en la obra de Laura Laura Restrepo
Terminamos, al fin, el estudio del ciclo Realismo mágico, con esta magnífica novela de Laura Restrepo.
Alternando autores masculinos y femeninos, hemos podido apreciar, también, variaciones de estilos y diferentes intensidades de simbolismo mágico.
En esta obra la autora lo emplea no solo de un modo algo diferente, sino que también establece una distancia crítica. Así, a su personaje más intelectual, Aguilar, le hace decir lo siguiente:
“ (…) y me sentía incómodo con lo que dio en llamarse el realismo mágico, por entonces tan en boga, porque me consideraba al margen de la superchería y de la mentalidad milagrera de nuestro medio, y de las cuales Agustina parecía como exponente de lujo.”
A pesar de ello es indudable su empleo en la novela de modo importante, pero combinándolo, en cierta manera como contrapunto, con otro subgénero narrativo más tardío en su aparición, pero muy actual sobre todo en países como Colombia y México. Me refiero a la narco-narrativa.
Como se va descubriendo en la lectura del libro, estos estilos contrapuestos no son un mero capricho de la autora, sino que han sido hábilmente entrelazados por ella para dar una potente verosimilitud al relato.
A través del realismo mágico se entronca la historia de los Londoño en el simbolismo de la cultura iberoamericana, pero el estilo narco-narrativo, o novela del sicario, la hace tocar tierra, la tierra colombiana de los años 80, donde tiene el narcotráfico los carteles más importantes del mundo, guerrilleros, paramilitares, una alta clase social que se lucra de todo ello pero guarda las apariencias con el ropón almidonado y bendecido –en expresión del Midas, sicario e intermediario de ellos con Pablo Escobar.
La historia de los Londoño es enriquecida por la autora con la incorporación de otro ingrediente expresivo de larguísima tradición en la literatura: la mujer mistérica. Profundizaremos en ambos aspectos a continuación.
1. Realismo mágico y narco-narrativa.
La autora, admiradora de García Márquez y de los grandes autores del realismo mágico, es conocedora, también, de la nueva corriente de autores colombianos que han decidido superar el “macondismo” (Recordemos que Macondo es la ciudad ideal ficticia, donde transcurren los hechos en “Cien años de soledad”), más que nada porque respondía a la época de los 60 y 70, pero las realidades urbanas de los 80 y 90 presentan además de un acentuado desencanto revolucionario, un aumento de violencia urbana, etc, en definitiva una nueva mentalidad y unos nuevos hechos que requieren una nueva expresión. Y Laura Restrepo demuestra su sensibilidad hacia esta nueva época precisamente en el giro que imprime al realismo mágico. Éste dejará de ser la expresión de la utopía exótica de latioamérica como gran reserva de la autenticidad del pobre, el subalterno y el autóctono frente al degenerado occidental. Abandonará esta simbología para convertir el realismo mágico en las formas de delirio de personajes concretos de una familia; delirios que no solamente son expresiones culturales, cuyos signos remiten a la peculiar esencia de latinoamérica, sino que, sobre todo, remiten a un modo de comportamiento familiar, de ropón almidonado y bendecido que oculta sus miserias lo que puede, pero son tan brutales que los miembros más sensibles de dicha familia, como es el caso de Agustina, entran temporalmente en demencias y deliran a modo de escape y auxilio.
Pero la autora no quiere dejar al lector la comprensión de la realidad tan compleja de la familia Londoño a su habilidad para descifrar el lenguaje caótico del delirio. Paralelamente al lenguaje delirante de Agustina y Portulinus (el abuelo), existen tres relatos de carácter realista y lógico: el de Aguilar, el de la tía Sofi y el del Midas McAlister.
Precisamente en este personaje recae la expresión directa del narco-relato. Y al entretejer la autora los relatos en el tiempo, la crítica a la alta sociedad colombiana, y al narcotráfico se hace potentemente verosímil, sin que por ello evite la autora no solo un tono humorístico, sino en ocasiones realmente hilarante, como cuando el abuelo Portulinus recuerda aquél día en un velatorio en el que a su hermana le entró un picor vaginal irresistible, sólo aplacable mediante una agitación extrema hasta llegar al orgasmo, mientras los allí presentes (menos el muerto, suponemos), eran incapaces de cerrar su boca extremadamente abierta.
Esta historia sucedía en Alemania, de donde procedía el abuelo materno del clan familiar, detalle a tener en cuenta para una connotación más amplia que los límites latinoamericanos para el realismo mágico en los que quiere situarlo la autora.
Pero volvamos al Midas y su relación con los Londoño, pues explica un buen retazo de las diferencias de clase en la sociedad colombiana y orienta para una comprensión sobre la aparición del narcotráfico y el potentísimo desarrollo que adquirió.
El Midas es uno más de los millones de pobres que contemplan admirados la forma de vida de las familias terratenientes propietarias de los cafetales. Nos cuenta él mismo cómo era esta admiración:
“¿Estás pensando que fue por la misma razón de siempre y que si una y otra vez le hago caso a la Araña es porque soy incapaz de romper el hechizo que sobre mi ejercen él y todos los old-moneys? ¿Porque aunque trate de disimularlo mi admiración por ellos es superior a mi orgullo, y por eso tarde o temprano acabo haciéndoles de payaso? Sí me sueltas a bocajarro ese rollo moralista, Agustina chiquita, si me dices que mi peor pecado es la obsecuencia, con el dolor de mí alma tendré que aceptarlo porque es estrictamente cierto; hay algo que ellos tienen y yo no podré tener aunque me saque una hernia de tanto hacer fuerza, algo que también tienes tú y no te das cuenta, princesa Agustina, o te das cuenta pero eres suficientemente loca como para desdeñarlo, y es un abuelo que heredó una hacienda y un bisabuelo que trajo los primeros tranvías y unos diamantes que fueron de la tía abuela y una biblioteca en francés que fue del tatarabuelo y un ropón de bautismo bordado en batista y guardado entre papel de seda durante cuatro generaciones hasta el día en que tu madre lo saca del baúl y lo lleva donde las monjas carmelitas a que le quiten las manchas del tiempo y lo paren con almidón porque te toca el turno y también a ti te lo van a poner, para bautizarte. ¿Entiendes, Agustina? ¿Alcanzas a entender el malestar de tripas y las debilidades de carácter que a un tipo como yo le impone no tener nada de eso, y saber que esa carencia suya no la olvidan nunca aquéllos, los de ropón almidonado por las monjas carmelitas?
Ponle atención al síndrome. Así te hayas ganado el Nobel de literatura como García Márquez, o seas el hombre más rico del planeta como Pablo Escobar, o llegues de primero en el rally Paris Dakar o seas un tenor de todo el carajo en la ópera de Milán, en este país no eres nadie comparado con uno de los de ropón almidonado. ¿Acaso crees que tu familia aprecia a un hombre como tu marido, el bueno del Aguilar, que lo ha dejado todo, incluyendo su carrera, por andar lidiándote la chifladura? Pero si tu familia ni siquiera registra a Aguilar, mi reina Agustina, decir que tu madre lo odia es hacerle a él un favor, porque la verdad es que tu madre ni lo ve siquiera, y a la hora de la verdad tampoco lo ves tú, no hay nada que hacer, así se sacrifique y se santifique por ti, Aguilar será siempre invisible porque le faltó ropón.
Dime, Agustina bonita, cómo iba yo a saber que en esta vida existe ese invento espléndido que se llama malteada de vainilla y que si la pides por micrófono te la acercan al auto, Los discos que le traían de Nueva York a Joaco, y el olor a nuevo de su Renault 9, y esa libertad dorada de niños que vuelan sin licencia de conducir por la Autopista al Norte, todo esto era demasiado para el Midas McAlister, el corazón le latía con una ansiedad desconocida y salvaje y sólo atinaba a repetirse a si mismo Todo esto tiene que ser mío, algún día será mío, todo esto, todo esto, y mientras tanto cantaban el Yésterdei de los Bitles, te ríes, reina Agustina, y yo también me río, pero no sospechas hasta qué punto el hecho de exhibir ese lagarto Lacoste en el pecho me ayudó a confiar en mi mismo y a llegar a ser el tipo que soy.”
2. La mujer mistérica.
La tradición de este personaje en literatura se remonta a Homero en La Iliada con el personaje Casandra, hija del rey de Troya, Priamo, y hermana de Hector y Paris. Y ya desde entonces, la mujer adivinadora tiene ese doble estigma: despreciada y temida.
Michel Foucault ha visto cómo el lenguaje del loco no cuenta socialmente, es algo a despreciar, está excluido del discurso de los hablantes considerados cuerdos; pero a la vez resulta inquietante. Y si en lugar de ser hombre el loco es mujer, entonces la cualidad inquietante se hace más aguda y sibilina, con tintes de perversidad.
Todo parece indicar que la autora ha escogido cuidadosamente el personaje central de su obra, Agustina, dotándola de estas características de mujer mistérica. La autora inicia este relato teniendo en cuenta la advertancia de Gore Vidal que recuerda el consejo de Henry James de que un loco no puede ser el personaje central de un relato. Pero lo tiene en cuenta como un reto para hacer lo contrario, convirtiendo a Agustina en el eje de todo el discurrir de la vida de los Londoño, y buena parte de la vida de Bogotá en los años de esplendor del narcotráfico.
La delirante Agustina lo será sólo a tiempo parcial. Alternará los momentos de enajenación mental y sus extravagantes delirios, con momentos de lucidez, de belleza y de originalidad capaz de encandilar a los hombres y hacerse admirar por todos. La habilidad de la autora irá permitiendo ver al lector, a medida que avanza en el relato, que los delirios de la bella protagonista son menos extravagantes de lo que al principio parecían, hasta ir descubriendo su sentido. Y apuntan todos ellos, en primer lugar, a los secretos familiares: actos y actitudes inconfesables de la Familia Londoño que convierten los delirios de Agustina en purga y expiación necesaria para que no explote esa bomba de relojería instalada en sus entrañas. Y, en segundo lugar, apuntan a la alta clase colombiana, que oculta el blanqueo de dinero del narcotráfico, además de otros vicios inconfesables a una sociedad de practicante fervor religioso. Aquí también hay bombas de relojería, que de vez en cuando los capos hacen estallar en locales frecuentados por los olds money. Los delirios, son así, las expresiones sintomáticas que avisan de un malestar, como la fiebre avisa del malestar del cuerpo.
3. Técnica literaria.
Se comienza a leer esta obra siguiendo el relato en tercera persona y sin previo aviso está uno leyendo en primera persona, y de nuevo se salta a la tercera persona. Uno percibe desde el principio que la autora no respeta las reglas sintácticas. Ya da por supuesto el lector que puede encontrarse diferentes relatadores en primera persona, pues los autores que quieren lograr una polifonía de voces diferentes para acercarse a la singularidad de los personajes, así lo hacen. Pero sorprende el caos sintáctico...hasta que uno piensa en el título del libro. Claro, Delirio, ¿qué mejor forma de entrar a conocerlo que con un lenguaje caótico, delirante en la forma? Después el paciente y lógico lector, como hace el personaje Aguilar, irá investigando y poniendo en su sitio las cosas y comprenderá al final.
Pero la verosimilitud del relato no lo ha fiado la autora sólo a la polifonía caótica de voces. Ha establecido una doble polaridad expresiva:
Por un lado está la polaridad entre el realismo mágico y la narco-narrativa. Con el primero, la autora nos pone ante un mundo mágico, altamente simbólico, como la hermana de Pontulinus, convertida en su imaginación en la Ofelia que flota en las aguas. En contraste, tenemos el mundo extremadamente realista, extremadamente sórdido que nos cuenta El Midas, como esa escena que rodea a los intentos de erección de la Araña Salazar, con el numerito de sadismo, matones y crimen incluido. Hay otra polaridad establecida entre los personajes principales:
Agustina y el abuelo Portulinus son extremadamente espiritualistas, ilógicos, mágicos, frente a Aguilar, la tía Sofi y el propio Midas que son personajes lógicos y realistas.
Y estas polaridades mueven el interés del lector, convertido ya en investigador, pues no le queda otra salida si quiere, él también, salir del caos.
Santos Pérez Sopelana, 3 de Junio 2013