domingo, 30 de noviembre de 2014
sábado, 22 de noviembre de 2014
lunes, 10 de noviembre de 2014
domingo, 26 de octubre de 2014
viernes, 24 de octubre de 2014
Tu cuerpo
como las tapas de un libro
que descubres por capítulos;
dejando a la intemperie
tus incidentes, tus viajes,
pormenores y aventuras.
Tienes una vacuna en el muslo
como un garabato
que cuenta tu niñez y tus miedos infantiles.
Una sutura emborronada por
el sol.
Un antojo de nacimiento maquillado para la ocasión,
una rosa negra…, el broche de fiesta entre los muslos
o a veces también un separador de episodios.
La rozadura violeta y
delatora
como la frotadura de un beso de la que sólo tú sabes.
Tu vestido es eso,
la funda de un libro que escondes celosa.
Quizá hable en algún lugar de los brazos
que se han deslizado por tu cintura
o seas una enciclopedia con países inexplorados,
recónditos lugares,
blancas lunas, cordilleras,
historias arcanas, consejos,
apuntes varios.
Eres un poemario con la
tapa de flores.
¿Flores frescas
o las flores del mal de Baudelaire?
Begoña Iribarren Astorkiza
Taller de Crítica literaria Noviembre 2014
SISI, EMPERATRIZ CONTRA SU VOLUNTAD
Muchas
historias y leyendas se han escrito de Elizabeth de Baviera, emperatriz de
Austria, (Munich 1837- Ginebra 1898) conocida vulgarmente como Sisi. La que comento es la biografía escrita por Brigitte Hamann, en 1982, con
traducción de Herminia Dauer, muy exhaustiva y rigurosa, con citas textuales de
importantes documentos.
El simple hecho de comenzar la biografía de la emperatriz decimonónica más bella de Europa con su auténtico nombre, Elizabeth de Baviera, o con el que se la conoce coloquialmente, Sisi, ya altera el guión de manera sustancial.
Su reinado ocupa la última mitad del siglo XIX , cuando comienza a derrumbarse el Imperio Austrohúngaro, resto obsoleto de las monarquías absolutas, en las que el emperador era elegido a dedo por el mismísimo Dios. Y como tal, incuestionable.
Esta idea católica y teocrática fue la que vivió la ingenua Sisi, igual que una pastorcilla de los cuentos, cuando con 16 años, se encuentra casada con un príncipe- el emperador Francisco José, de 23-, que resultó no ser tan azul como ella se había imaginado.
Lo que no podía esperar la buena de Sisi es que aquel príncipe tan enamorado, que la amó hasta la muerte, se convertía en rana con cerebro rígido, en cuanto llegaba a palacio, donde mandaba su madre y mentora, Sofía, de quien el emperador era completamente dependiente.
La suegra se encargaba de apretarle el corsé imperial, tanto en la ausencia de su esposo como en su presencia, sin comprender que Elizabeth era una muchacha tímida, a la que abrumaban las celebraciones y las aglomeraciones, pretendiendo que su misión oficial consistiera en acudir a saraos con la alta e hipócrita aristocracia, mientras el emperador pasaba los meses de guerra en guerra, para mantener la paz en un territorio formado por múltiples etnias, religiones y nacionalidades con deseos de independencia.
La corte de Viena, entonces capital del mundo, estaba proyectada con cuadrícula germánica, y la princesita de Baviera, acostumbrada a la libertad tanto de pensamiento como de conducta, no encajó en ella. Pero Sisi se dio cuenta de que era la emperatriz absoluta y no merecía la pena rivalizar con la aristocracia vienesa, que la rechazaba. Y sin ser frívola se convirtió en el icono subversivo de su tiempo, sabiéndose hermosa e inteligente.
Elizabeth vivió para sí misma haciendo caso omiso de sus deberes de reina, esposa y madre, viajando en su yate Miramar de puerto en puerto, desde las Azores al Mediterráneo, y del que bajaba camuflada, mientras su peluquera aparecía en cubierta, vestida con los trajes imperiales y recibía los saludos de las multitudes.
No aceptó nunca el deterioro de la edad: pasada la cuarentena, siempre iba acompañada de un abanico, tras el que escondía su rostro que, además de ocultarla, la alejaba del público que tanto le aterraba. Porque aunque la emperatriz dedicara gran parte de su tiempo en hacer gimnasia, dietas adelgazantes, caminar, montar a caballo, siempre rodeada de secretarias, peluqueras y doncellas, a las que tenía con la lengua afuera de tanta hiperactividad, padecía una misantropía aguda, que le impedía participar en deportes en equipo, como el tenis, tan de moda entonces.
Menos mal que aprovechaba sus interminables tres o cuatro horas diarias, sentada mientras la peinaban, con clases de idiomas, escribiendo poesía y leyendo a filósofos que la fueron convirtiendo en republicana y agnóstica.
Hasta llegó a anotar en su diario:
"He
oído decir que la república es la forma de gobierno más conveniente para los
pueblos", frase que fue una provocación en el Imperio. Como lo fue su
devoción por Heine, poeta judío, en un momento que comenzaba a plantearse el
antisemitismo en Austria.
Estas ideas contrarias la política absolutista imperante le hicieron simpatizar con el conde Andrássy, líder de la constitución de Hungría, que la coronó como reina de este país, y de quien se llegó a comentar que era el padre de su hija Valeria.
Estas ideas contrarias la política absolutista imperante le hicieron simpatizar con el conde Andrássy, líder de la constitución de Hungría, que la coronó como reina de este país, y de quien se llegó a comentar que era el padre de su hija Valeria.
Transmitió estos pensamientos revolucionarios a su hijo Rodolfo; de quien se dice en la últimas investigaciones documentales, que no se suicidó en Mayerling sino que murió ejecutado por sicarios políticos, dado que quería derrocar a su padre, el emperador.
La pasión por su príncipe azul se desvaneció muy pronto y su hija Valeria comenta en su diario que los emperadores se zaherían continuamente haciéndose la vida imposible.
Sin embargo, con la edad fue dándose cuenta de que su abandonado esposo, Francisco José, que la amó siempre, a pesar del poco caso que le hacía ella, necesitaba una amante segura y seria, en vez de tener que buscar de flor en flor para consolarse de sus ausencias; y le encontró una actriz, Katharina Schratt, alejada de la aristocracia, que tanto la incordiaba, para que el emperador tuviera quien le consolara en su muerte, que presentía próxima.
Esto sí es un signo de modernidad absoluto.
Así
podía justificar sus escapadas al Reino Unido donde ella no tuvo inconveniente
en hacer público su romance con el jinete inglés, George Bay Middleton su
profesor de equitación.
Hay quien opina que Elizabeth fue una precursora en defender su libertad, rompiendo con la corte convencional, procurando una educación más humanista y menos rígida para sus hijos, que la que pretendía su esposo.
Y también hay quien opina, que Sisi, fue una niña malcriada e irresponsable, que no tuvo en cuenta las obligaciones de su cargo, y que no fue capaz de organizar una sola asociación para ayudar al sufridor pueblo, que la adoraba.
Y hay a quien le da mucha pena la vida de la emperatriz Elizabeth de Austria, que llevó con suma dignidad multitud de desgracias familiares; que no encontró la felicidad ni en el matrimonio, ni en sus hijos, ni en sus palacios, ni en sus caballos ni en sus viajes- en uno de los cuales fue asesinada- que la convirtieron en la reina errante, siempre buscándose a sí misma.
A mí me ha parecido una pobre mujer, que recurría a la santería para hablar con su hijo muerto; anoréxica perdida; con miedo a la locura -vete a saber qué dosis tuvo de ella-, que había atacado a varios miembros de su familia, como su primo Luis I de Baviera; que se refugiaba en la literatura clásica- era una enamorada de Shakespeare y de los griegos -, pero incapaz de participar en la actividad cultural que se estaba desarrollando en su época.
En
resumen: una víctima del ocaso de un sistema: el Antiguo Régimen , que le ponía
trabas para incorporarse a las nuevas circunstancias sociopolíticas, y que ella
decidió resolverlo colocándose al Imperio por montera.
Pero
eso mismo, y a otro nivel, es lo que nos está ocurriendo a nuestra generación. Claro que no hemos sido emperatrices del Imperio Austrohúngaro. Gracias a Dios.
Bilbao, 16 0ctubre, 2014 PJ Blanco Rubio
miércoles, 22 de octubre de 2014
domingo, 14 de septiembre de 2014
Taller de Crítica literaria Octubre 2014
DE PARTE DE LA PRINCESA MUERTA Kenizé Mourad
Una
biografía nunca es neutral.
Hay biografías
no permitidas, permitidas, maquilladas, camufladas o manipuladas. Hay, incluso,
hagiografías, en las que el autor solamente se dedica a ensalzar al
biografiado, con demasiado descaro algunas, que sale de ojo tanta virtud en un
ser humano.
¿Pero en qué
apartado se puede incluir la biografía de una madre a la que no se conoció, ni
siquiera de nombre, hasta la adolescencia y en la que se busca la propia
identidad?
Kenizé Mourad (París, 1939), siendo periodista especialista en Oriente Medio, en “Le Nouvel Observateur” con estudios de sicología en La Sorbona, tras haber sufrido enormes problemas de personalidad, con intentos de suicidio, incluso; zarandeada desde el consulado suizo donde fue acogida medio muerta de inanición, hasta centros religiosos católicos, pasando de adopción en adopción, sintiéndose siempre extraña, necesitaba como terapia personal investigar en cuando documento encontrara acerca de la vida de su madre, la princesa turca Hanim SAI Selma Rauf (Estambul, 1914 - París, 1941), casada en 1937 con el Rajá de Badalpur, Amir al-Kotwara.
Y la
periodista, tras dos años de profunda investigación, no encontró demasiados
datos personales acerca de su madre, Selma, pero sí de las terribles
circunstancias sociopolíticas donde transcurrió su vida en los cuatro lugares
donde vivió, que son las cuatro partes en las que divide su libro:
Estambul, con la caída del Imperio Otomano y la creación de la nueva
patria turca por Kamal Ataturk, donde transcurre su infancia; Beirut, colonia
francesa entonces, conocido en aquellos años como el París de Oriente Medio,
en cuya cultura se educa y contrasta su religión musulmana con la
cristiana; la India profunda, en el momento cumbre de su lucha por
la independencia del Imperio Británico; y París, donde le llega la II Guerra
Mundial, la pobreza y la muerte.
Cuando leí
por primera vez “De parte….” hace unos 20 años, me interesé, tal vez demasiado,
de los avatares de la princesa Selma, que nace en un palacio de Estambul, con
una madre estricta, de acuerdo con su estatus de princesa otomana, rodeada de
esclavas en el harén custodiado por un eunuco, Zeynel, de origen albanés
y que está enamorado, en secreto de su sultana. Dejé pasar un poco por alto los
terribles momentos históricos, tan cercanos , y que entendía, entonces, como
complemente a una vida exótica.
La Primera
Guerra Mundial, de la que ahora recordamos el centenario, dio al traste con el
Imperio Otomano convirtiendo su territorio en pequeños estados- entonces
protectorados- desmarcándose, en un principio ,de la teocracia musulmana
máxime cuando los países europeos que los “protegían”, aportaban el
cristianismo e hizo surgir los sentimientos nacionalistas en éstos. El cristianismo,
la religión de los dominantes, se convirtió en lo chic y Selma estudia en un
colegio francés de monjas de Beirut.
Allí, y
cuando comenzaba a dejar de sentirse extraña por musulmana y turca, con una
cultura a en la que se mezclaban las suras y el ave María, cuando su vida
de jovencita comenzaba a sentir la libertad, casan a mi Selma con un rajá de la
India profunda, Amir, también a caballo entre su nacimiento indiomusulmán y sus
estudios en las mejores universidades inglesas, como correspondía a joven
de tan alto linaje.
Estos acontecimientos son paralelos al movimiento independentista de Ghandi con su teoría de la resistencia pacífica. (Es curioso que Mourad opina que , tal vez sin ser consciente, Ghandi les estaba haciendo el juego a los ingleses porque evitaba las revoluciones populares, y ellos promocionaban su pacifismo)
El rajá
exige a su esposa que salga de Baldapur argumentando su decisión por las
revueltas populares y resida en París , justamente en los preámbulos de
la invasión alemana, cuando la alta sociedad, con la que ella conecta, quiere
olvidar en saraos el problema que se avecina. Invasión que ocurre cuando da a
luz a su hija y muere arruinada y con la única compañía del fiel
Zeynel, que entrega a la recién nacida en el consulado suizo antes de
desaparecer para siempre.
Escrita con
una literatura impecable, la biografía de la Princesa Muerta es , a mi
entender, una novela catártica, en la que la autora intenta encontrarse a
sí misma a través de esa madre que ella se ha inventado, analizando las
situaciones que, supone o le consta que vivió.
Puede que de
biografía contenga solamente datos y fechas. El mismo personaje de Zeynel, que
es quien vertebra la obra, tiene todo el aspecto de ser una creación de una
buena novelista, siendo su personalidad totalmente creíble. Tal vez, la
parte más biográfica pueda ser la correspondiente a la estancia de Selma en
Baldapur, ya que Kenizé tuvo ocasión de hablar con su propio padre,
posiblemente la única persona viva que la conoció.
Pero Mourad
asegura que para hacer fantasía hay que conocer muy bien los datos sobre los
que se sustenta, sin aclarar, por supuesto, a dónde llega la realidad y dónde
empieza la ficción. No es necesario: le resulta fácil no ya a la escritora sino
a la hija, penetrar en el alma de su madre para analizar sus sentimientos,
tantas veces contradictorios.
La
escritora-periodista aprovecha para analizar la situación política de
cada uno de los lugares en los que se desarrolla la acción y hace un estudio
acre y mordaz, tanto de alemanes como franceses y, sobre todo, ingleses, con su
fatua pretensión de someter a sus criterios socioculturales países con una
cultura propia, con su riqueza y sus miserias, que solo pueden remediarse desde
dentro y nunca desde la imposición.
Siendo Kenizé
Mourad una mujer de educación occidental, y tal vez porque en ella se mezclan
elementos culturales con genéticos, es capaz de analizar cruda y
despiadadamente, a la vez que cubre con el manto amable de su
idiosincrasia a cada tribu humana, que merece todos los respetos de las demás.
Leyendo “De
parte de la Princesa Muerta” , que me ha seguido atrayendo y con el que
he disfrutado, he recibido una lección de humildad , que me ha hecho
cuestionar mi postura de europea ante la dignidad de personas de otras
razas, tan diferentes , y a las que me cuidaré muy mucho de dar consejos
sin haber escuchado antes sus razones vitales, incomprensibles muchas veces
para mí.
PJ Blanco Rubio. Bilbao, 14 -9-2014
domingo, 15 de junio de 2014
domingo, 1 de junio de 2014
Taller de Crítica literaria Junio 2014
“SAB”
Gertrudis Gómez de Avellaneda 1841
Nacer
orgullosa criolla, de familia adinerada e intelectual, ayudada de lecturas
progresistas, y sentirse esclava, por mujer, debió ser la causa por la que la
joven Gertrudis Gómez de Avellaneda, “Tula”,
(1814-1873) se negó a casarse a los 17 años. Motivo por el que su familia la
trasladó de su ciudad natal, Camagüey, hasta Santiago de Cuba, a ver si la
muchacha entraba en razón.
Pero
no entró en las razones que le exigía su estatus, del que fue traidora: ella
sabía perfectamente que “el esclavo, al menos, puede esperar que juntando oro
comprará algún día su libertad: pero la mujer, cuando levanta sus manos
enflaquecidas y su frente ultrajada, para pedir libertad, oye al monstruo de
voz sepulcral que le grita: en la tumba”.
Estas frases, de su novela “Sab”, escrita en 1841,- once años antes que “La cabaña del tío Tom”-, son abolicionistas tanto de la esclavitud como del patriarcado, que, bajo apariencia de protección, mantenía sometidas a las mujeres en el siglo XIX.
En
Santiago, Tula continuó leyendo a los escritores de moda como Lord Byron y
Víctor Hugo, que llenaron su apasionado espíritu caribeño con la más pura
consigna del romanticismo: la libertad en todas sus acepciones.
Fallecido
su padre, y antes de residir en la Península- Cuba entonces era España- tuvo
ocasión de acercarse a Francia y conocer personalmente a los gurús del
movimiento romántico, que no solamente lo transmitió en sus escritos sino que
su vida fue ejemplo de fogosidad amorosa, hasta el punto de ser madre soltera,
lo que no le impidió casarse dos veces, con matrimonios desgraciados.
Circunstancias estas que la sumieron en depresiones y tristezas, dedicándose al
espiritismo y la mística, también a tono con el entorno tenebroso, que procedía
en aquellos tiempos.
La
Avellaneda sabía mucho de represiones, que razona y analiza a través de los
personajes de su novela “Sab”, plenamente insertada en la ética y la estética
románticas de Hispanoamérica.
La obra puede que esté plagada de estereotipos: Sab, el mulato inteligente, consciente de su superioridad intelectual, enamorado de la dueña y capaz de renunciar a una fortuna para que ella se case con el hombre que ama; éste, que se debate entre el amor y el dinero de la muchacha, a la que hubiera abandonado, pese a quererla, si hubiera sido pobre; Teresa, medio amiga y medio criada, atada a la familia, y Martina, la última mujer indígena, que también se merece atenciones como ejemplo de una raza en extinción.
La obra puede que esté plagada de estereotipos: Sab, el mulato inteligente, consciente de su superioridad intelectual, enamorado de la dueña y capaz de renunciar a una fortuna para que ella se case con el hombre que ama; éste, que se debate entre el amor y el dinero de la muchacha, a la que hubiera abandonado, pese a quererla, si hubiera sido pobre; Teresa, medio amiga y medio criada, atada a la familia, y Martina, la última mujer indígena, que también se merece atenciones como ejemplo de una raza en extinción.
La
autora no solamente hace una narración de la historia, deteniéndose en
descripciones líricas del paisaje cubano sino que es capaz de penetrar en el
espíritu de cada uno de los personajes y transcribir sus monólogos interiores,
con gran viveza y verosimilitud. Incluso intenta la objetividad cuando Enrique
Otway se debate entre el amor hacia Carlota y la importancia que supone su dote
para resolver los problemas económicos que le acuciaban.
Pero lo más emocionante, la parte que hay que leer
dos veces recreándose en ella, es la carta que Sab, cuando está muriendo,
escribe a su Carlota en la que, además de declararle su amor, hace un análisis
de la situación del negro en una sociedad en la que se estaba planteando la
abolición de la esclavitud, que si en Estados unidos se consigue en 1863, no
llegó a Cuba hasta 1880, cuarenta años después de este lamento.
No será sorpresa comentar que la novela “Sab” estuvo prohibida en España, donde había habido debates muy agresivos en Las Cortes de Cádiz acerca del problema de la esclavitud: el tema seguía candente y era mejor no tocarlo.
Pese
a que la Avellaneda era una autora reconocida, amiga de Fernán Caballero,
Zorrilla y Espronceda, entre otros, también recibió las críticas de personajes
como Menéndez Pelayo, que impidió que entrara en la Real Academia Española.
Muy
propio de este país, que tardó cien años, desde la abolición de la esclavitud,
en admitir una mujer como académica.
PJ
Blanco Rubio Bilbao, 17-5-2014
Crónica del viaje a Madrid Escribe-lee
Reconozco que mis conocimientos de
Astrología son muy primarios.
Pero tengo que admitir que las conjunciones de los
astros, que dan ocasión a acontecimientos transcendentales, ocurren: lo hemos
experimentado los amigos de la Asociación “Escribe-lee” en el viaje que acabamos de hacer a Madrid, que
se organizó vía cultural, y las estrellas lo mezclaron con un suceso futbolero
de primera magnitud: el partido final de la Liga de Campeones, y con las
elecciones al Parlamento Europeo.
El equipo formado por Marijo Biurrun, Eva Beriain y
José Manuel Galante, habían organizado el viaje y no lo tenían previsto: lo que
afirma que los astros nos querían ubicar, por su cuenta, en un momento
glorioso.
Salimos puntuales de La Granja de la Plaza
Circular, y llegamos a La Granja de San Ildefonso, amenizando el recorrido con
lecturas escogidas por Galante para la ocasión.
Aunque seamos de Bilbao, hemos de reconocer que La
Granja de San Ildefonso es algo mejor que la nuestra, pese a que en ella no se
pueda comer talo con chorizo.
Tampoco creo que el talo le gustara a Felipe V, que
venía de la relamida corte francesa. Pero sí le gustó el lugar, que ya había
sido palacio con coto de caza para la realeza desde los Trastámara. Así, que se
construyó un palacete de vacaciones para los fines de semana y otros puentes
protocolarios, a instancias de su segunda esposa, Isabel de Farnesio, que dicho
entre nosotros, y bajito, debía de ser una mala pécora.
Este detalle lo comentamos, ya al final, paseando
por los jardines, con la guía turística, que, como tenía que ser políticamente
correcta solo nos contó, durante la visita, que al pobre Felipe V, como padecía
depre, le habían colocado la cama enfrente del balcón para que contemplara
desde el lecho las sonoras fuentes que rodean el Real Sitio.
Comimos los famosos judiones de La Granja, entre
otras viandas, en el restaurante Roma, junto al palacio y salimos lanzadas
hacia Madrid para alojarnos en el hotel Inglés, en el mismo centro, y salir, ya
aseaditas, a dar una primera pasada por la Villa.
Galante, iba con su chuleta, que había trabajado
bien, a fin de no dejarnos perder detalle de los lugares señeros por los que
pasábamos, y en los que nos detuvimos para leer datos de interés. Desde la
calle Echegaray pasando por la Puerta del Sol y por la calle Arenal, llegamos a
la Ópera, Plaza de Oriente, Palacio Real y Almudena cuando el sol se ponía en
una tarde hermosa de nubes y reflejos.
Ya nos estábamos cansando; así que, cuando
aterrizamos en el Mercado de San Miguel, la cuadrilla se disgregó y nos
sentamos en terrazas, en grupitos, a tomar unas tapas. La noche contratada era
de magnífica primavera.
El plan del día 24 salía muy intelectual: comenzaba
con una visita a la Biblioteca Nacional a las 12. Cada uno se organizó como
quiso el tiempo previo. Mi cuadrilla se dio una vuelta por el Paseo del Prado y
Recoletos, donde tomamos un cafelito en el Gijón, como pedían las
circunstancias.
Nos hicimos fotos con Alfonso X en las escaleras de
la Biblioteca, antes de entrar. No nos quiso contar el rey Sabio que la
Biblioteca Nacional, que presume de haber informatizado sus archivos
literarios, tiene una oficina donde, en vez de ordenador, utilizan todavía
facistol- ambas palabras riman en asonante, es verdad, y puede despistar al
personal- y en los pergaminos no les constaba nuestra visita, ni nos tenían
preparado el guía prometido.
Así que nos conformamos con visitar la exposición
temporal sobre la Generación del 14, a toda prisa, hartas de esperar, cuando
podíamos habernos regodeado con ella, porque era muy interesante. Incluso
dedicaba un panel a las mujeres del Lyceum, que tan afines son a nosotras.
Lo que más nos dolió fue ver a Marijo
disgustadísima, haciendo la reclamación pertinente in situ. No tiene muy claro
si ha de reclamar y quejarse de nuevo vía email o vía paloma mensajera.
Menos mal que la alcaldesa, Ana Botella, nos había
cedido un reservado en el Ayuntamiento para comer. El lugar era muy coqueto,
conjugando la arquitectura del antiguo palacio de Comunicaciones con línea
supermoderna y, en el centro, una mesa de cristal negro, elegantísima. Lo del
cristal debe ser para que creamos que hay transparencia en el Ayuntamiento.
Como que no supiéramos cómo están las cosas. Lo que no ha podido ocultar es que
han hecho un ERE con los camareros, escasos y tan lentos que la comida llegaba
fría y tarde.
Tanta demora impidió aprovechar con fundamento el
tiempo libre hasta la cita en el “Café Comercial”, en la Glorieta de Bilbao.
Algunas listillas se ensayaron los textos que luego debían declamar y otras nos
dimos una cabezada en un saloncito de lectura anejo a la cafetería del
Ayuntamiento. Un placer.
El “Café Comercial” incluye un recinto, en el piso
superior, propio para eventos culturales. Allí teníamos la cita con Ángela
Figuera. Acudió su familia en pleno y cuantos contactos habíamos apañado: el
salón estaba lleno, pese a que, en esos mismos momentos, Madrid se preparaba
para el gran derby: Real Madrid- Atlético, que, pese a jugarse en Lisboa, traía
a la ciudad en ascuas.
El recital resultó entrañable, y tanto el público
como los que lo organizaron y lo ejecutamos quedamos satisfechos. Al salir no
encontramos un alma en la calle: los dos estadios, las casas y los bares
aglutinaban a los forofos, bien vestidos con los colores de su equipo y
dispuestos a salir disparados hacia las plazas de Neptuno o Cibeles, según
quien ganara.
Como nosotras éramos neutrales, fuimos a cenar a un
restaurante cerca del hotel. En el piso de abajo estaba el bar lleno de
atléticos, se supone, porque fueron más lamentos que gritos de gozo los que
escuchamos al final del partido: la copa se la llevó el Real Madrid. La fiesta
era, pues, en la Cibeles y hubo quien se quedó hasta altas horas de la
madrugada en algún café contemplando la euforia de los ganadores, que se
dirigían hasta la concentración.
Todavía, en la mañana del domingo 25, cuando
salimos las madrugadoras a darnos una vuelta hasta Atocha, a través de la calle
de Las Huertas y leer los textos inolvidables de nuestros mejores poetas
escritos en la calzada, nos tropezamos con más de cuatro borrachines, que
buscaban su casa mientras las máquinas limpiaban la basura que daba fe de la
gamberrada nocturna.
A eso de las 12 llegamos a Alcalá de Henares. Nos
esperaba Silvia, guía turística, vestida a la usanza de los estudiantes de la
Universidad durante el barroco. Nos acompañó en el recorrido de una ciudad
llena de historia y de hijos ilustres tanto los nativos como los que
aprendieron en las aulas tanta sabiduría como se almacenaba entre sus
bibliotecas. A Silvia se le veía el plumero: es más fan de Quevedo y de Lope
que de Cervantes; aunque ha hecho un estudio acerca de las hermanas del
Príncipe de los Ingenios, a las que, por leídas, el vulgo ignorante de la época
las marcó, tristemente, como putas. Tema interesante éste, en el que habría que
profundizar.
Comimos en el restaurante “El sexto sentido”, que
tuvo el detallazo de incluir el logotipo de la asociación “Escribe-lee” en el
texto del menú.
La vuelta fue un poco larri. El conductor nos puso
una película que rompió el clima del grupo. Así que no tuvo la altura
intelectual que procedía, dado el nivelazo de todas y cada una de las viajeras.
Faltó esa despedida literaria que nos merecíamos en
la que le debíamos dar las gracias a los organizadores mientras recordábamos
las anécdotas del viaje y leer el poema colectivo que habíamos escrito en la
cena, la noche anterior.
Mientras nos acercábamos a casa, las familias nos
comunicaban cómo iban las votaciones al Parlamento Europeo. Este era el tercer
momento astral del fin de semana.
Parece que los partidos poderosos se han
fraccionado y han comenzado a surgir otros, más pequeños, todavía puros y sin
contaminar.
Algún día, Europa, que está sufriendo dolores de
parto, y a la que le quedan todavía muchas contracciones dolorosas, parirá un
país múltiple y dichoso en el que tengan cabida los poetas.Está escrito en las estrellas.
PJ Blanco Rubio Bilbao, 27, 5, 2014
miércoles, 21 de mayo de 2014
jueves, 1 de mayo de 2014
domingo, 27 de abril de 2014
Taller de Crítica literaria Mayo 2014
Jane Austen escritora
inglesa nace en la Rectoría de Steven ton, en Hampshire el 16 de diciembre de
1775, y muere en el College Street Winchester, el 18 de julio de 1817.
De entre su obra
literaria la novela Orgullo y prejuicio, me ha acercado a la Inglaterra de
principios del siglo 19 y he podido comprobar la máxima tan conocida entre los
lugareños de esa época (Las mujeres que no son ricas, tienen que casarse bien)
entendiendo esto como unirse en matrimonio con un hombre rico, cualquier
individuo con unos ingresos constantes y holgados, puede ser un candidato
aceptable, es secundario si el aspirante no es bien parecido, ni inteligente o
más aburrido que una sopa.
En un mercado de éste
calibre, la mercancía son las mujeres solteras sin rentas, y esto lo entendía
muy bien la señora Bennet, madre de cinco hijas faltas de fortuna, y a quienes
estaba dispuesta a “colocar” sea como fuese, no le haría remilgos ni al primo
más insufrible de la comarca, la pobre señora, tiene la cabeza de un chorlito, todo aquello que no le encaje en
estas maniobras o en su forma de manejar la vida, le produce una gran
incomodidad, traducida ésta, en una imaginaria enfermedad nerviosa con ataques
psicóticos incluidos; no hay peor ciego que el que no quiere ver, y nuestra señora
Benet ante el menor contratiempo se metía en la cama pasando al señor Bennet (gracias a Dios) toda la responsabilidad.
Jane Austen en su obra,
trata de arquetipos universales que se asientan en los valores y en la conducta
moral de los seres humanos siempre en lucha entre la verdad y la falsedad, es
un combate silencioso e irónico, donde quedan reflejadas las diferencias que
existen entre la apariencia de las cosas, y los medios a través de los cuales
se puede percibir la verdadera realidad.
Orgullo y prejuicio
tiene las características de ser una obra nunca ajena al gusto de cualquier
moda, una obra inmortal escrita en inglés por la primera de las grandes mujeres
escritoras, lo que hace de su autora un tanto revolucionaria. Una obra que nos
entretiene con un suspenso en el argumento, construido de manera perfecta a
través de un dialogo ágil y brillante, que ataca los vicios sociales más
clásicos, tales como el egoísmo, la arrogancia, la avaricia, el materialismo,
la hipocresía, el esnobismo etc.
Jane Austen relaciona
sus novelas en general con la educación, ésta y las imprudencias de sus
heroínas se vislumbran con sus virtudes y defectos en sus obras.
Su forma platónica de entender la educación, hace que el alma de sus personajes salga de la mera apariencia, a ser lo que son en realidad; dar a conocer a sus personajes toma una gran importancia, Austen piensa que libertad y educación van juntos, y que la libertad es el control de nuestras pasiones y de nuestros impulsos egoístas, al mismo tiempo que clarifica nuestra visión de las cosas, Austen desea romper el contexto que nos rodea y ganar libertad humana adquiriendo educación y conocimiento; por ello estudia el interior de sus personajes y los dramatiza, descubriendo que es el Amor lo que hace a los hombres Libres.
Escribe sobre la familia y su mundo, el hogar los padres y los hijos, las relaciones entre personas, es decir lo que Unamuno llamó La Intrahistoria, un material de trabajo que llena con serias preocupaciones morales, y estudios de la naturaleza humana.
En Orgullo y prejuicio
nos muestra un ritual social basado en fiestas, bailes, cenas y visitas, que
ayuda a conocer el contexto de la obra.
La sociedad la presenta
como una serie de comunidades rurales, gobernadas de forma paternalista desde
la mansión principal, y por un miembro de la aristocracia, que debe su
autoridad al dominio sobre la tierra.
Cada comunidad incluye
un mundo de clases que, normalmente parecen independientes pero éstas deben
relacionarse y entrecruzar actividades, juegos, viajes comunes, días de caza
etc. Esto les permite conocer las necesidades de los otros, son relaciones
verticales desde lo más alto a lo más bajo de la sociedad, y horizontales entre
miembros de la misma clase social; tal entramado produce un sistema de
costumbres que apoyan la convivencia, y que da lugar a una relación o
situación en sociedad a otra u otras, de
tal manera que podría decirse que es un ritual de iniciación designado para
comprobar el valor de una persona, y diríamos aprobar el examen.
Concretamente en
Orgullo y prejuicio se da una estructura tripartita, en cada una de las tres
estructuras hay un ritual social diferente, que crea una aproximación y un
rechazo entre Darcy y Elizabeth; después Elizabeth va hacia dos mundos
distintos como son Roasings y el de Pembenley, y en tercer lugar aparece el
matrimonio (Wickham y Lidia, Jane y Blingley, y Darcy con Elizabeth) en esta
última relación se ha pasado por la aproximación, el rechazo y la unión, en una
simbología ritual que une la forma con la visión del mundo.
Jane Austen utiliza un
estilo de palabras adecuadas en sitios idóneos, con una ironía fina, rechazando
la elaboración innecesaria de la oración retórica; en Orgullo y prejuicio su
estilo es más bien teatral y epigramático, asemejándose al espíritu de la
comedia, en cualquier situación nunca deja de escoger palabras sin escollos que
eliminar, domina el diálogo con una gran intuición que le lleva a rechazar
el manierismo que se produce en la
conversación, y a recoger de manera viva, la forma y comportamiento de la gente
cuando se encuentra en compañía, impulsándoles caracteres para que éstos, no
permanezcan estáticos a través de un lenguaje con el que nos hablan con una
clara armonía creativa.
Dialogo y narración se
intercalan una y otra vez, en un estilo lleno de relaciones entre los
personajes y sus circunstancias; Utiliza la yuxtaposición irónica, lo burlesco
y la complejidad ordenada en los caracteres, la conexión entre continuidad y
variación de los diálogos , semejantes a una obra de teatro que hace al lector
acercarse a los personajes desde una cierta perspectiva, utilizando una prosa
madura con un novedoso léxico.
Nos describe unas
formas de tratamiento más formales que las de hoy en día, los esposos se tratan
entre sí como señor y señora, los niños a los padres como Sir o Madam y los
hermanos, primos etc. por el grado de parentesco.
A sus personajes les
concede un estudio de las categorías de la razón, como el juicio la
sensibilidad, en sentido común etc. Una confirmación irónica de la relevancia social,
concepciones heroicas fantásticas o románticas de la vida.
Orgullo y prejuicio nos
revela una cultura cuyas instituciones están basadas en intereses materialistas
que determinan el comportamiento individual familiar y social.
Una combinación de
sátira poética y novela sentimental, ingenio e ironía se dan la mano en toda la
obra, detrás de todo ello, se vislumbra el verdadero valor del dinero, que
subordina la dignidad de la persona y el amor.
Y su falso valor al
dramatizar su máxima importancia en las vidas de Ladi Catherine, la señorita
Bennet y Charlotte lucas.
Estructura = En tres
actos
Ritual = Se centra en los lugares donde la acción se
resuelve en un espacio y tiempo concreto en la razón y estudio social de los
protagonistas, sus relaciones y un propósito el MATRIMONIO como un ritual
necesario en la sociedad.
El narrador emplea
tonos satíricos
Consta de 61 capítulos
Elizabeth representa el
Prejuicio
Darcy representa el Orgullo
Wickman un villano
El Prejuicio es una
opinión sin juicio, o un examen que implica una hostilidad de aspecto negativo
enemigo de la lucidez
El Orgullo es una
pasión que mantiene en la obscuridad
y gobierna al que lo practica alejándolo
de toda posibilidad de clarividencia .
Orgullo y prejuicio se
encuentra entre las coordenadas del siglo 18 y el 19, obra profundamente
naturalista, desde un enfoque racionalista que moraliza.
Carmen Andrés
sábado, 12 de abril de 2014
lunes, 7 de abril de 2014
jueves, 20 de marzo de 2014
martes, 18 de marzo de 2014
Madame Bovary - Gustave Flaubert (1857)
Madame Bovary - Gustave Flaubert 1857
Conocí a Madame Bovary
en mi juventud, a raíz de su publicación en España, desconociendo que tanto el
editor como el traductor habían sido sancionados por pornográficos; y aunque la
devoré la historia con placer, no me
sedujo, dada la vida licenciosa de la protagonista, y la moral estricta que yo
proclamaba en aquellos años.
Y eso que teníamos
muchas cosas en común: ambas éramos lectoras compulsivas y transgresoras de la
norma. Yo misma la estaba leyendo consciente
de que se trataba de una novela incluida en el Índice, lo que la convertía en
un aliciente morboso.
Seguramente, dados mi
parámetros morales de los años 60, yo
hubiera participado en el jurado que atacó a Fleubert en el siglo XIX por
inmoral. Hoy he perdonado a la adúltera.
Qué palabra tan fuerte: ¡adúltera!
Emma no es más que una mujer tan simple como
apasionada, capaz de fabricarse una idea del amor absoluto y recíproco, en un
mundo que solamente existía en su imaginación. Una protagonista romántica, con
la cabeza llena de fantasías, que flota dentro de una novela escrita con visión naturalista y momentos de realismo
antológicos.
Parece que Flaubert
nunca llegó a pronuncial la frase que se le atribuye: “Madame Bovary soy yo” ,
pero el drama de la Bovary es el drama del autor, a caballo entre dos
corrientes literarias: el romanticismo en declive y el realismo pragmático y crítico con la situación social, que tan
crudamente describe con toda minuciosidad en su novela.
El genio de Gustave Flaubert
(Ruán 1821-1880), que escribió esta obra maestra basada en un hecho real, es
capaz de convertir una historia de adulterio convencional, no solamente en un profundo análisis de la humanidad sino en un ejercicio minucioso de literatura
exquisita, cuidando el más mínimo detalle de cada página, lo que le llevó cinco
años de apasionamiento creativo.
Han pasado mucho tiempo desde que la sociedad
puritana se escandalizara por la entrega incondicional de Emma a otros hombres
en los que quería encontrar la emoción que no le proporcionaba su esposo. Necesitaba
la aventura secreta y traicionera para darle chispa a su infidelidad. Ahí
estaba la gracia del vicio que ella consideraba propio de grandes damas
aristócratas.
Y no le fue dificil:
¿A qué Rodolphe, vividor si los hay, no se le exalta el ego para colocarse en
trance cuando la chica más fina del lugar, vestida a la moda palaciega, le dice
que su marido no la satisface y que él solamente puede saciar su ansia? Lo
mismo le ocurrirá a León, que tampoco se puede resistir al juego erótico que
Emma requiere.
Pero la apasionada,
que no consiguió convertir en amor su relación conyugal, terminaba por
convertir en conyugales sus relaciones furtivas, y sus idealizados amantes reaccionaban ante su entrega con la
misma vulgaridad con que lo hubiera hecho el mediocre médico que tenía por esposo.
Es tanto el deseo de amar y ser amada, que
esta infelicidad, generada por su propio inconformismo y la ceguera ante la
realidad, que esta situación ha dado lugar a una enfermedad sicológica conocida
como bovarismo.
Pero madame Bovary no
muere por amor, como Ana Karenina, por ejemplo: muere por miedo a enfrentarse a
la cruda penuria en que ha convertido
sus delirios.
Este plus de estupidez,
que tanto preocupaba al autor, al dolerle que la nación que había enseñado al
mundo el lema de “Libertad, igualdad, fraternidad”, podía convertirse en la más
superficial y egoísta, coloca a la señora Bovary en una clamorosa actualidad: su
necesidad de vivir por encima de sus posibilidades y su inconsciencia ante la evidencia
de su situación social por mor de lecturas frívolas, que constituían los
programas del corazón de la época.
Emma no es una lectora intelectual, con ánimo
de aprender y superarse, sino el prototipo de mujer insegura, devoradora de
folletines por entregas, gastadora en exceso para suplir sus carencias
pueblerinas comprando las novedades al uso, capaz de endeudarse y perder toda
su fortuna hasta llegar al embargo y a la desesperación.
Parece que el
consumismo estaba comenzando a proliferar y Flaubert da un toque de atención
ante este problema naciente en la pequeña burguesía de provincias, y que
estamos comprobando en nuestras propias carnes hasta dónde ha llegado en el
siglo XXI.
Escrita la novela por
un narrador omnisciente- excepto el primer capítulo, cuando Charles ingresa en
el colegio, que aparece en primera persona-, está salpicada de multitud de
personajes secundarios, encajados como en un puzle perfecto, en una visión
panorámica de la sociedad local, entre
los que destacan el farmacéutico Homais,
ansioso de ascender a la clase política; aunque ninguno tan patético como el
comerciante usurero Lhereux que es capaz de enseñarle con una mano el pagaré
firmado, que está a punto de vencer, mientras le muestra, con la otra, una tela nueva, para que Emma compre y siga
atrapada más y más en sus redes especulativas.
Flaubert, satirizó en esta novela a muchos estamentos
sociales a través de sus representados, como el
trepador farmacéutico, los médicos prepotentes -los doctores Canivet y Larivière-, y el abate
Bournisien, que organiza el sepelio con toda la parafernalia pero que no
ayudó a Emma cuando ella se lo estaba
suplicando.
El escritor, que
pasaba por racionalista desapasionado, que despreciaba la trivialización social
de la vida que había ahogado el romanticismo para caer en brazos del
capitalismo, ama a su protagonista a pesar de sus miserias. Hay mucha ternura
en la dramática muerte de Emma, tanto en sus sufrimientos físicos y morales
como en los de Charles Bovary, que no ha tenido capacidad para ver la realidad;
con esa esposa coquetuela y frívola, que alegraba su vulgar mundo profesional
cambiando las cortinas de vez en cuando y en cuya alma no necesita entrar
porque él ya es feliz, y eso le basta.
Pese a que la obra
“Madame Bovary” es representativa de la estupidez reinante en la segunda mitad
del siglo XIX, Flaubert, que amaba “la belleza por la belleza” es incapaz de
condenar a su heroína. Ni siquiera la juzga. Deja que lo haga el lector, que tiene que
debatirse entre esta fusión de realismo y romanticismo.
PJ Blanco Rubio Bilbao, 18-3-2014
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