Tiene la palabra -corazón- dos connotaciones muy opuestas. A un lado se halla el significado que convoca a legiones de sentimentalistas y sentimentaloides y al negocio mediático que vive a cuenta de él. En el lado opuesto está el significado rigoristamente científico que lo considera una válvula aspirante-impelente que tiene la virtud y la función de mantener vivo al organismo entero.
Para la reflexión que voy a proponer quisiera partir del significado preciso que María Zambrano da a -la metáfora del corazón- en su obra Hacia un saber del alma.
La obra fue publicada en 1950 pero en la nota a la edición de 1987 para Alianza Editorial (a la que la siguiente cita de páginas que realizaré corresponde) la autora dice: “En nada tengo que desdecirme de lo dicho entonces”.
En busca, pues, de este significado, encontramos la primera nota en la página 54:
“Lo primero que sentimos en la vida del corazón es su condición de oscura cavidad, de recinto hermético; Víscera; entraña. El corazón es el símbolo y representación máxima de todas las entrañas de la vida, la entraña donde todas encuentran su unidad definitiva y su nobleza.”
Y añade:
“Sólo aquello que constitutivamente es cerrado puede ser la sede de una intimidad; aquello que con suprema nobleza puede abrirse sin dejar de ser cavidad, interioridad, y que brinda lo que era su fuerza y su tesoro, sin convertirse en superficie.” (Pág. 55)
Y ¿qué hay en la superficie del ser humano? La palabra. Pero es bien diferente al comportamiento del corazón.
“Toda palabra suspende el tiempo e introduce en su incesante continuidad, discontinuidad. Por eso libra del tiempo” (Pág. 57) Cosa que no puede permitirse el corazón, pues está ocupado “en el trabajo constante de las entrañas de su rutinaria tarea, en cuya rutina va mortal riesgo.” (Pág. 57)
Así es que, tal y como interpreto a María Zambrano, el ser humano está movido por dos resortes de distinta naturaleza. El corazón, encargado de mantener la vida, sin descuido, sin pausa, es de tal generosidad que es capaz de abrirse en canal, para crear un espacio de libertad, un espacio en el que, a diferencia del suyo, no rija en él la implacable ley del tiempo, un espacio en el que pueda enseñorearse, jugar, crear, la palabra. Y este segundo resorte que mueve la vida humana, la palabra, es un auténtico lujo existente únicamente en la especie humana. Cierto que en cada especie animal se da un lenguaje específico, pero su acoplamiento a la supervivencia lo hacen incomparable a esta misteriosa capacidad de suspender momentáneamente el tiempo y poder crear, como es la palabra humana.
Gracias a la generosidad del corazón, la palabra se ha multiplicado, especializado, complicado: ha creado artes, ciencias... y una inmensa verborrea. Pero todo tiene su límite, también los tiene el generoso corazón. “Pues el rencor nace de lo que no logra, trabajando siempre, ser escuchado.” (Pág. 58)
De modo que, como admirador de María Zambrano, quisiera admitir esta lección suya en mi afición a la escritura: tratar de encontrar las palabras que se acoplen a los ritmos del corazón, dándole salida para que no caiga en el rencor, y tratando de evitar las palabras que nada dicen y revisando las que tal vez en su día mucho dijeron, pero como al paciente de un sueño al que se le cae el libro de las manos, nada dicen hoy. O como en el poema de Ada Salas, leído hace poco en el taller:
Las palabras que dije ya no
me significan. No sabía que a todo
le sucede lo mismo
y que mueren de tiempo
también
las palabras. O seré yo
tal vez. O seremos lo mismo
Un oscuro temblor donde resuena
lejos
lo vivido.
Santos Pérez
En busca, pues, de este significado, encontramos la primera nota en la página 54:
“Lo primero que sentimos en la vida del corazón es su condición de oscura cavidad, de recinto hermético; Víscera; entraña. El corazón es el símbolo y representación máxima de todas las entrañas de la vida, la entraña donde todas encuentran su unidad definitiva y su nobleza.”
Y añade:
“Sólo aquello que constitutivamente es cerrado puede ser la sede de una intimidad; aquello que con suprema nobleza puede abrirse sin dejar de ser cavidad, interioridad, y que brinda lo que era su fuerza y su tesoro, sin convertirse en superficie.” (Pág. 55)
Y ¿qué hay en la superficie del ser humano? La palabra. Pero es bien diferente al comportamiento del corazón.
“Toda palabra suspende el tiempo e introduce en su incesante continuidad, discontinuidad. Por eso libra del tiempo” (Pág. 57) Cosa que no puede permitirse el corazón, pues está ocupado “en el trabajo constante de las entrañas de su rutinaria tarea, en cuya rutina va mortal riesgo.” (Pág. 57)
Así es que, tal y como interpreto a María Zambrano, el ser humano está movido por dos resortes de distinta naturaleza. El corazón, encargado de mantener la vida, sin descuido, sin pausa, es de tal generosidad que es capaz de abrirse en canal, para crear un espacio de libertad, un espacio en el que, a diferencia del suyo, no rija en él la implacable ley del tiempo, un espacio en el que pueda enseñorearse, jugar, crear, la palabra. Y este segundo resorte que mueve la vida humana, la palabra, es un auténtico lujo existente únicamente en la especie humana. Cierto que en cada especie animal se da un lenguaje específico, pero su acoplamiento a la supervivencia lo hacen incomparable a esta misteriosa capacidad de suspender momentáneamente el tiempo y poder crear, como es la palabra humana.
Gracias a la generosidad del corazón, la palabra se ha multiplicado, especializado, complicado: ha creado artes, ciencias... y una inmensa verborrea. Pero todo tiene su límite, también los tiene el generoso corazón. “Pues el rencor nace de lo que no logra, trabajando siempre, ser escuchado.” (Pág. 58)
De modo que, como admirador de María Zambrano, quisiera admitir esta lección suya en mi afición a la escritura: tratar de encontrar las palabras que se acoplen a los ritmos del corazón, dándole salida para que no caiga en el rencor, y tratando de evitar las palabras que nada dicen y revisando las que tal vez en su día mucho dijeron, pero como al paciente de un sueño al que se le cae el libro de las manos, nada dicen hoy. O como en el poema de Ada Salas, leído hace poco en el taller:
Las palabras que dije ya no
me significan. No sabía que a todo
le sucede lo mismo
y que mueren de tiempo
también
las palabras. O seré yo
tal vez. O seremos lo mismo
Un oscuro temblor donde resuena
lejos
lo vivido.
Santos Pérez
Hermoso comentario y positiva reflexión. La verborrea está presente en el ambiente y, sin desearlo, también en los corazones.Imploro a mi musa para que me ayude con expresiones acertadas pero nunca hirientes ya que golpean en la ilusión de la vida y estorban a la creatividad.
ResponderEliminarMarijo