El impacto Frankenstein
Coincido con mi compañera P.J. Blanco, en su comentario al
libro, en este mismo blog, en el aspecto de que es una novela que no nos aporta
gran cosa desde el punto de vista literario a estas alturas.
Y
esta valoración resulta oportuna para realizar la siguiente pregunta: ¿A qué se
debe su repercusión después de casi dos siglos, en la literatura, en el cine,
en la música, en la TV, incluso en la ópera?
Es
significativo que muchas personas que han visto películas de Frankenstein, no hayan
leído el libro de Mary Shelly, y que se haya acabado por denominar con el
nombre del personaje “Doctor Victor Frankenstein”, al propio monstruo por el
doctor creado, según la novela de la autora.
Cabe
interpretar que como la joven autora no era una consagrada escritora, pues
tenía 21 años cuando escribió la novela, simplemente se dejara llevar por el
estilo romántico de la época, sin ser demasiado original ella en su estilo
propio. Pero es indudable que dio en el blanco en la creación de sus dos personajes
principales:
El
doctor Victor Frankenstein, el nuevo Prometeo, el aprendiz de brujo que cree,
tras unos estudios universitarios, estar capacitado, nada menos que para
convertirse en un nuevo demiurgo, capaz de aplicar la técnica para crear un ser
humano, o para resucitarlo de la muerte y crear lo que el doctor llama un
“engendro”, que es el segundo personaje. Y este es uno de los méritos de la
autora. El estar atenta, el tener la mente muy abierta a los conocimientos de
la época y saber aprovechar el ilustrado entorno familiar y de amistades.
En
dicho entorno estaban su marido, el poeta Percy Bysshe Shelley, y su íntimo
amigo Lord Byron, por citar los más famosos. Su grupo conocía la tradición en
las leyendas judías, de los golems, muñecos de barro, que al mencionar
sobre ellos el nombre de Dios cobraban una especie de vida. Por otra parte
estaban al tanto de los descubrimientos de Galvani (en 1771 experimentando con
ancas de ranas muertas observó que los músculos se contraían como si estuvieran
vivos al aplicarles una corriente eléctrica) y de Volta (en 1800 inventó la
pila eléctrica para el desarrollo de la electricidad continua). Había un gran
interés por estos descubrimientos desde la excitación y el temor de que la
electricidad pudiera resucitar la materia muerta.
Y
desde esta excitación escribió Frankenstein la joven Mary Shelly, dando
de lleno en varias de las preocupaciones e intereses más importantes que anidan
en el corazón humano de todos los tiempos.
Pues
en efecto, ¿hay alguna preocupación en el ser humano que es haya sido y será
más importante que su propia muerte, de su deseo de no morir, o de resucitar,
en definitiva, de ser eterno?
De
ello dan prueba los cinco mil millones de personas religiosas en el mundo.
¿No ofrecen todas las religiones la vida
eterna?
Señalaré
otro dato que puede parecer más chusco por su aparente inverosimilitud, pero la
“Alcor Life Extensión Foundation” de EE.UU. confirma su veracidad: Doscientas
personas muertas esperan congeladas a que la ciencia y la técnica lleguen a un
nivel capaz de resucitarlas.
Incluso
de un ateo como Nietzsche podemos escuchar, al final de su Zarathustra:
“¡El
dolor dice: pasa!
Mas
todo placer quiere eternidad,
¡quiere
profunda, profunda eternidad!
Y esto es también lo que ansía el Doctor Fausto, en el
gran poema de Goethe, cuando por ella es capaz de vender su alma al diablo.
Y ese ha sido el atributo esencial de la divinidad: ser
eterno.
Pero
el divino demiurgo no ha hecho eternas a sus criaturas, o al menos no se lo ha
hecho saber con claridad. De ahí que las criaturas, imitando a su creador,
además de querer ser eternas quieren ser ellas también creadoras. Nada
satisface tanto al ser humanos como ser creador, pues es la cualidad que, al
menos mientras crea, le saca de su condición pasiva, subsidiaria, dependiente;
pasa de depender él de un ser a que otro ser dependa de él.
Prometeo,
dios menor del Olimpo, se compadeció de esta condición humillada del hombre y
robó el fuego a los dioses para entregárselo a los hombres. El fuego simboliza
al mismo tiempo inteligencia creadora y potencia técnica para llevar a cabo la
creación. Y este mito clásico inspiró a nuestra autora para dar a su principal
personaje, Victor Frankenstein, el sobrenombre de “Nuevo Prometeo”. Tal vez lo
hacía porque concitaba la mayoría de los temores de los románticos a la nueva
técnica, en particular una mezcla de excitación y temor de que la electricidad
pudiera resucitar a la vida la materia inerte.
Y esta mezcla de excitación y temor
acompaña al creador cuando está concentrado en su obra. Y si el fin de su obra
es crear una vida humana, tal excitación y temor son extraordinariamente
amplificados, como lo revela el director James Whale, en la más clásica de las
películas sobre Frankenstein.
Dominar
la criatura, este es otro de los grandes impactos que ha producido la obra de
nuestra autora: Desde el más inocente y simpático Mickey Mouse de Walt Disney
en Fantasía hasta la más dramática como Blade Runner, el cine ha
reflejado esta vocación de aprendices de brujo que tenemos todos lo seres
humanos.
Y
ojalá esta vocación se diera sólo en los personajes de las novelas y las
películas pero las famosas distopías de Huxley y de Orwel, en Un mundo feliz
y 1984, respectivamente, son novelas que se van pareciendo cada vez más
a la realidad. Cada vez más la técnica puede diseñar vida según las necesidades
del poder de turno. Y el Gran Hermano real, cada vez dispone de mayor
información sobre nuestra identidad, personalidad..., es una vigilancia mas
amable, más de buen rollo en los móviles, en las tablet. Este
gran monstruo que se está creando no tiene las facciones repelentes del de
Frankenstein; los nuevos aprendices de brujo han aprendido mucho. Pero lo malo
es que no han aprendido tanto como ellos creen.
Sopelana,
15 de enero, 2014
Santos
Pérez
Certero comentario, Santos, al texto de la Shelley "Frankenstein". Pero yo opino que lo bueno es que los nuevos "Victor" y sus "Frankensteines" no han aprendido tanto como ellos creen. Afortunadamente. Creo que aún nos queda algún resquicio de salvación.
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