jueves, 20 de marzo de 2014
martes, 18 de marzo de 2014
Madame Bovary - Gustave Flaubert (1857)
Madame Bovary - Gustave Flaubert 1857
Conocí a Madame Bovary
en mi juventud, a raíz de su publicación en España, desconociendo que tanto el
editor como el traductor habían sido sancionados por pornográficos; y aunque la
devoré la historia con placer, no me
sedujo, dada la vida licenciosa de la protagonista, y la moral estricta que yo
proclamaba en aquellos años.
Y eso que teníamos
muchas cosas en común: ambas éramos lectoras compulsivas y transgresoras de la
norma. Yo misma la estaba leyendo consciente
de que se trataba de una novela incluida en el Índice, lo que la convertía en
un aliciente morboso.
Seguramente, dados mi
parámetros morales de los años 60, yo
hubiera participado en el jurado que atacó a Fleubert en el siglo XIX por
inmoral. Hoy he perdonado a la adúltera.
Qué palabra tan fuerte: ¡adúltera!
Emma no es más que una mujer tan simple como
apasionada, capaz de fabricarse una idea del amor absoluto y recíproco, en un
mundo que solamente existía en su imaginación. Una protagonista romántica, con
la cabeza llena de fantasías, que flota dentro de una novela escrita con visión naturalista y momentos de realismo
antológicos.
Parece que Flaubert
nunca llegó a pronuncial la frase que se le atribuye: “Madame Bovary soy yo” ,
pero el drama de la Bovary es el drama del autor, a caballo entre dos
corrientes literarias: el romanticismo en declive y el realismo pragmático y crítico con la situación social, que tan
crudamente describe con toda minuciosidad en su novela.
El genio de Gustave Flaubert
(Ruán 1821-1880), que escribió esta obra maestra basada en un hecho real, es
capaz de convertir una historia de adulterio convencional, no solamente en un profundo análisis de la humanidad sino en un ejercicio minucioso de literatura
exquisita, cuidando el más mínimo detalle de cada página, lo que le llevó cinco
años de apasionamiento creativo.
Han pasado mucho tiempo desde que la sociedad
puritana se escandalizara por la entrega incondicional de Emma a otros hombres
en los que quería encontrar la emoción que no le proporcionaba su esposo. Necesitaba
la aventura secreta y traicionera para darle chispa a su infidelidad. Ahí
estaba la gracia del vicio que ella consideraba propio de grandes damas
aristócratas.
Y no le fue dificil:
¿A qué Rodolphe, vividor si los hay, no se le exalta el ego para colocarse en
trance cuando la chica más fina del lugar, vestida a la moda palaciega, le dice
que su marido no la satisface y que él solamente puede saciar su ansia? Lo
mismo le ocurrirá a León, que tampoco se puede resistir al juego erótico que
Emma requiere.
Pero la apasionada,
que no consiguió convertir en amor su relación conyugal, terminaba por
convertir en conyugales sus relaciones furtivas, y sus idealizados amantes reaccionaban ante su entrega con la
misma vulgaridad con que lo hubiera hecho el mediocre médico que tenía por esposo.
Es tanto el deseo de amar y ser amada, que
esta infelicidad, generada por su propio inconformismo y la ceguera ante la
realidad, que esta situación ha dado lugar a una enfermedad sicológica conocida
como bovarismo.
Pero madame Bovary no
muere por amor, como Ana Karenina, por ejemplo: muere por miedo a enfrentarse a
la cruda penuria en que ha convertido
sus delirios.
Este plus de estupidez,
que tanto preocupaba al autor, al dolerle que la nación que había enseñado al
mundo el lema de “Libertad, igualdad, fraternidad”, podía convertirse en la más
superficial y egoísta, coloca a la señora Bovary en una clamorosa actualidad: su
necesidad de vivir por encima de sus posibilidades y su inconsciencia ante la evidencia
de su situación social por mor de lecturas frívolas, que constituían los
programas del corazón de la época.
Emma no es una lectora intelectual, con ánimo
de aprender y superarse, sino el prototipo de mujer insegura, devoradora de
folletines por entregas, gastadora en exceso para suplir sus carencias
pueblerinas comprando las novedades al uso, capaz de endeudarse y perder toda
su fortuna hasta llegar al embargo y a la desesperación.
Parece que el
consumismo estaba comenzando a proliferar y Flaubert da un toque de atención
ante este problema naciente en la pequeña burguesía de provincias, y que
estamos comprobando en nuestras propias carnes hasta dónde ha llegado en el
siglo XXI.
Escrita la novela por
un narrador omnisciente- excepto el primer capítulo, cuando Charles ingresa en
el colegio, que aparece en primera persona-, está salpicada de multitud de
personajes secundarios, encajados como en un puzle perfecto, en una visión
panorámica de la sociedad local, entre
los que destacan el farmacéutico Homais,
ansioso de ascender a la clase política; aunque ninguno tan patético como el
comerciante usurero Lhereux que es capaz de enseñarle con una mano el pagaré
firmado, que está a punto de vencer, mientras le muestra, con la otra, una tela nueva, para que Emma compre y siga
atrapada más y más en sus redes especulativas.
Flaubert, satirizó en esta novela a muchos estamentos
sociales a través de sus representados, como el
trepador farmacéutico, los médicos prepotentes -los doctores Canivet y Larivière-, y el abate
Bournisien, que organiza el sepelio con toda la parafernalia pero que no
ayudó a Emma cuando ella se lo estaba
suplicando.
El escritor, que
pasaba por racionalista desapasionado, que despreciaba la trivialización social
de la vida que había ahogado el romanticismo para caer en brazos del
capitalismo, ama a su protagonista a pesar de sus miserias. Hay mucha ternura
en la dramática muerte de Emma, tanto en sus sufrimientos físicos y morales
como en los de Charles Bovary, que no ha tenido capacidad para ver la realidad;
con esa esposa coquetuela y frívola, que alegraba su vulgar mundo profesional
cambiando las cortinas de vez en cuando y en cuya alma no necesita entrar
porque él ya es feliz, y eso le basta.
Pese a que la obra
“Madame Bovary” es representativa de la estupidez reinante en la segunda mitad
del siglo XIX, Flaubert, que amaba “la belleza por la belleza” es incapaz de
condenar a su heroína. Ni siquiera la juzga. Deja que lo haga el lector, que tiene que
debatirse entre esta fusión de realismo y romanticismo.
PJ Blanco Rubio Bilbao, 18-3-2014
El extranjero - Albert Camus
El extranjero - Albert Camus
Nació en 1913, en vísperas de la
gran guerra, en Mondovi, Argelia, en el seno de una
familia pobre de colonos franceses. Su padre fue movilizado por el ejército
francés y fue herido de muerte durante la batalla del Marne cuando Camus apenas
contaba un año. La familia sin medios para subsistir, se trasladó entonces a la
casa de la abuela materna en Argel. Allí, gracias a una beca, Camus inicio los
estudios universitarios en 1932.
Durante sus años de estudiante,
conoció a una joven actriz llamada Simone Hie, con quien se casó en 1934.
Ingreso en el partido comunista y escribió su primera pieza “La revolución de
Asturias” drama antifascista donde aparecía ya el espíritu comprometido de
Camus.
Filosofía del Absurdo
Una de las principales ideas filosóficas
de Camus es la del Absurdo. Según este pensador francés la existencia humana no
tiene sentido, por lo que buscarlo, es algo inútil. El que la existencia humana
sea absurda, significa que es igual lo que hagamos o elijamos, pues de todas
las formas, seguiremos siendo indiferentes para el mundo. Esta falta de sentido
de la existencia humana, encuentra su explicación en el hecho de que Dios no
existe, por lo que se carece de un punto de referencia. De ahí, que el ser
humano tenga como imperativo construir su moral y configurarse así mismo. En
esta búsqueda humana todo lo que se encuentre será siempre de carácter
provisional, porque la ausencia de principios absolutos universales nos niega
tener una guía o certeza.
Lo anteriormente expuesto, casa
con la idea de la filosofía existencialista y que, expresa bien Sartre cuando
se refiere a la libertad. Según él, estamos condenados a ser libres, pues
nuestra condena es elegir constantemente, y precisamente en nuestra elección
vamos configurando nuestra moral, y lo que queremos ser como seres humanos.
A la idea de Sartre, Camus agrega
que, hagamos lo que hagamos, nuestra existencia y realidad siempre carecerán de
sentido, seguirán siendo absurdas. Ahora bien, el hecho de que seamos seres
absurdos, no implica la idea de pesimismo o renuncia. No obstante Camus, nunca
predicó el desprecio a la vida. Camus, más bien afirma que a pesar de ese
carácter absurdo de la existencia, o gracias a él, la vida adquiere un valor
inestimable y digna de vivirla. Debemos vivir cada instante, cada minuto de
nuestra existencia, con la pasión del héroe que, a pesar de ser consciente de
que su tarea es inútil, la realiza con dignidad y sin desmayo.
Este argumento lo desarrolla
Camus en su novela “El mito de Sisifo”, este héroe de la mitología griega, ha
sido condenado por los Dioses a realizar eternamente una tarea que no tiene un
fin determinado, ni una utilidad concreta, no obstante, Sisifo no rechaza su
castigo, más bien lo asume.
Todos somos, a nuestra manera
como Sisifo, aunque seamos conscientes de ello; llevamos una existencia absurda
carente de sentido, mientras unos lo aceptan con plena lucidez y dignidad,
otros lo hacen con desesperación y amargura. El
imperativo moral debería ser vivir la vida con toda la pasión que seamos
capaces. Camus rechaza cualquier acción que pretenda evadir la realidad, más
bien nos propone que aceptemos ese destino con la lucidez heroica de Sisifo.
Aunque Camus negó varias veces
pertenecer al movimiento existencialista, es clara la influencia de éste en su
pensamiento. Dicho movimiento filosófico tuvo su momento de gloria en el siglo
pasado, aunque en algunos círculos intelectuales se ha desdeñado, sigue siendo
importante hoy para revelarnos la precariedad de la naturaleza humana. Muchas
de sus afirmaciones siguen siendo válidas sobre todo en el momento histórico en
el que nos encontramos. Nuestra sociedad esta marcada por crisis de toda
índole. Los seres humanos en todo el mundo son presa de la soledad y
desesperación.
La crisis que se vive en sociedades donde los seres humanos han
perdido la fe en otros seres humanos, ha originado que grandes masas de
ciudadanos se hayan entregado a movimientos enajenantes, con lo que buscan
evadirse de la realidad.
Como resumen:
El hombre puede hacer frente al
absurdo de la existencia.
1º La mente toma conciencia de lo
absurdo de su existencia. Ya que en un mundo privado de ilusiones el hombre se
siente extranjero.
2º El hombre acepta su lugar en
el mundo, se siente incapaz de luchar contra las estructuras que emanan del
poder.
3º Tras aceptar el “absurdo”
puede suicidarse filosóficamente, o también, puede apostar por la vida absurda,
o sea, puede optar entre la rebelión o la renuncia.
En la rebeldía puede encontrar un
proyecto de vida, aunque resulte estéril.
La premisa fundamental de la
filosofía de Camus, es que el mundo supera al hombre (El hombre ha sido
arrojado al mundo – Sartre)
El libro, que tal vez soporta
mejor todo lo anteriormente dicho es el “Mito de Sisifo”, Camus expresa una
inquietud existencial que él denomina “absurdo”.
En Sisifo se muestra como
metáfora el esfuerzo inútil del hombre. Sisifo es el arquetipo del hombre
absurdo ya que no tiene esperanzas.
El argumento del Extranjero
La obra transcurre en Argelia, a
mediados del siglo XX, y narra la historia de Mersault -un hombre en apariencia
común y corriente- desde que recibe la noticia de la muerte de su madre, hasta
que es conducido al cadalso, condenado por asesinato.
Camus describe los sucesos
cotidianos de Marsault, incluyendo sus contactos con su amigo Raymond, su novia
María y su jefe, al igual que el suceso en el que asesina a un hombre y el
proceso judicial que terminada con la condena del protagonista; para ello utiliza
un lenguaje sencillo e incluso parco. Son apenas 124 páginas.
¿Qué es lo que hace entonces
a El extranjero una obra trascendente? La actitud y sentimientos de
Mersault, quien manifiesta su total indiferencia frente a la muerte de un ser
querido, las vicisitudes de su amigo, el afecto de su novia o, lo más
sorprendente, el resultado de su enjuiciamiento.
A Mersault le da igual que lo
amen o no, que lo condenen o ejecuten o lo absuelvan. No cree en Dios ni en la
vida después de la muerte, como tampoco parece creer en una justificación para
la existencia misma. Sólo al final de la obra, después de discutir con el
capellán que trata de convencerlo de que se arrepienta y se reconcilie con Dios
y el mundo, cuando las sirenas anunciaban la proximidad de su ejecución, siente
por primera vez la necesidad de sentirse al menos odiado por sus semejantes.
Es este carácter (¿inhumano?) de
Mersault lo que le merece la condena, más incluso que el asesinato. Opino que Mersault
es enviado al cadalso no por lo que hizo, sino por lo que no sintió al hacerlo
y por lo que no sufrió después de ello.
Miguel Angel Zalbide
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