EL
EXTRANJERO Albert Camus, 1942
Hay
dos maneras de leer un libro clásico: Informarse previamente de las claves de
lectura, que personas muy documentadas han descifrado, o atacarlo desde la más
absoluta ignorancia, cuando el lector quiere descubrir, por sí mismo, el
mensaje que trasciende entre sus páginas.
Me propuse abordar “El extranjero” de Albert Camús (Argelia, 1913- Francia, 1960) con toda virginidad: sin bucear primero por ninguna información crítica.
Pero no me ha sido posible.
Yo ya tenía impresa en mi mente la fotografía de Camús con el cigarrillo a medio fumar, el cuello levantado a lo Humphrey Bogart, y la mirada cínica y caústica, que tanto proliferó en los medios intelectuales- o intelectualoides- de mi juventud que exaltaban el existencialismo y el absurdo.
Camus es uno de los humanistas consagrados del siglo XX, estudioso de la condición humana. Vivió inmerso en los problemas palpitantes de su tiempo y de su patria, que analizó con clarividencia casi profética, asegurando que la independencia de Argelia iba a desembocar en un fundamentalismo religioso mucho más cruel que la colonización francesa. Hoy, Argelia, pese a la repugnancia que Camus sentía hacia los prejuicios coloniales franceses, le sigue considerando un colonialista, negándole los honores que se merece el premio Nobel 1957, pese a que él se sentía enteramente argelino.
Partiendo
de esa imagen mítica, y encontrándome con un libro escrito en primera persona,
no me ha sido difícil ponerle rostro al protagonista Mersault.
Con un principio, aparentemente anodino, con frases cortas y contundentes, Mersault nos va atrayendo, a pesar de presentarse como un hombre gélido, sin sentimientos; que acepta la muerte de su madre, en un asilo de Argelia - lugar donde se desarrolla la acción-, con la mayor naturalidad, como algo inevitable que no es incompatible con fumarse un cigarrillo, analizar a los diferentes personajes que aparecen en el sepelio o hacer el amor con María en tiempos de duelo. Envidiable y pragmática actitud, por otra parte.
Con un principio, aparentemente anodino, con frases cortas y contundentes, Mersault nos va atrayendo, a pesar de presentarse como un hombre gélido, sin sentimientos; que acepta la muerte de su madre, en un asilo de Argelia - lugar donde se desarrolla la acción-, con la mayor naturalidad, como algo inevitable que no es incompatible con fumarse un cigarrillo, analizar a los diferentes personajes que aparecen en el sepelio o hacer el amor con María en tiempos de duelo. Envidiable y pragmática actitud, por otra parte.
Tampoco
parece inmutarse cuando en la empresa le ofrecen un traslado a París, ni
siquiera ante la petición de matrimonio por parte de María, a la que no ama.
(Luego, sí he leído que en este asunto puede haber un problema freudiano y
sustituye a la madre por la amante)
El lector va entrando, poco a poco, en la idea del “absurdo”, que proclamaba Camús, concepto que hila más fino aun que el de “existencialismo”, con el que el autor no se sentía identificado, al comprobar como Mersault se deja llevar por la vida, a la que no pide nada pero a la que tampoco parece ofrecer demasiado
Y dejándose rodar por las circunstancias, se encuentra metido en una refriega, con una pistola, que no es suya, con la que mata a un musulmán, porque el sol de verano argelino le hace perder el control de la situación.
Por supuesto, Mersault, no tiene remordimiento de haber cometido este crimen absurdo y no deseado.
En la segunda parte, nos encontramos con un juicio, que pone en tela de juicio a la misma Justicia.
Este juicio es una caricatura tan cruel y tan real de la sociedad que, solamente por éllo, la novela seguiría viva y actual. De ahí la inmortalidad de “El extranjero”, que se siente tal, en un mundo absurdo que ni comprende ni le comprende a él y le condena por hechos anecdóticos sin atender a la realidad de lo ocurrido.
Es sorprendente la aceptación de la pena por el protagonista y el razonamiento que hace de la muerte, tan absurda y tan inevitable como la vida misma. Camus entiende que el hecho incompresible de vivir lleva implícita una condena a muerte y da lo mismo el camino por el que se llega a su ejecución.
La escena entre el confesor, empeñado en que el condenado muera dentro de la ortodoxia religiosa e incapaz de entender la asunción de la muerte desde el punto de vista ateo, que es el que presenta el escritor, hace que el lector se plantee su personal visión de su propia vida y su propia muerte.
En
este momento, cuando Mersault discute y agrede al confesor intransigente, el
protagonista ha dejado de ser apático y se convierte en un luchador por su
libertad de conciencia.
No
quiero profundizar en aspectos filosóficos ni literarios, que abordará el
compañero Santos Pérez en el Taller de Crítica Literaria. Él es un profesional
de la Filosofía y tiene un criterio mucho más fiable que el mío, que no paso de
aficionada.
Me he limitado a exponer mis experiencias de lectora, que se ha sentido identificada con muchas de las cuestiones que aborda la novela, capaz de tocar fibras muy sensibles y me ha hecho recapacitar acerca de la vida como no lo habían conseguido otros libros.
Me he limitado a exponer mis experiencias de lectora, que se ha sentido identificada con muchas de las cuestiones que aborda la novela, capaz de tocar fibras muy sensibles y me ha hecho recapacitar acerca de la vida como no lo habían conseguido otros libros.
Ahora, Camús, se me parece más al Humphrey Bogart de Casablanca, duro y tierno a la vez… Al que siempre le quedará París.
Kepe Zuri , Bilbao, 22-2-2014
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