Nada tiene de
extraño que un director de teatro, a caballo entre la Suecia donde nació
(Estocolmo, 1948), que hace profesión de su intelectualidad comprometida
dirigiendo teatro seis meses al año en Maputo, Mozambique, dedique una de sus
novelas, “El chino”, publicada por Tusquets en 2008, a plantear los problemas
que se le avecinan al continente africano de manos del neocapitalismo chino.
Henning
Mankel, uno de los escritores pioneros en literatura negra, que ha recibido,
entre otros el premio Pepe Carvalho, es por su fuerza narrativa uno de los
pioneros en este género literario que se lee de un suspiro deseando pistas que
ayudan al lector a ir desmadejando la intriga que surge sangrante en el primer
capítulo.
En una aldea
remota del norte de Suecia, aparecen degolladas 19 personas sin motivo aparente
alguno, pertenecientes a la misma familia. El acusado se suicida en la cárcel,
lo que no satisface a la juez Birgitta Roslin, de baja por enfermedad,
que comienza por su cuenta, una línea de investigación por demás insólita, para
resolver el problema.
A través de la pista proporcionada por la cinta roja de un farolillo de un
restaurante descubre, en un hotel próximo, que un chino se había alojado en él por los días de la masacre y cuya fotografía aparece en la cámara de
vigilancia.
Circunstancias
turístico-intelectuales le hacen acompañar a una amiga hasta Pekín, sumido
entonces en los preparativos de los Juegos Olímpicos, Y, mira tú, que en el primer lugar donde presenta la foto del
chinito de la cinta - total, Pekín tenía a la sazón unos 14 millones de
habitantes de nada- le pisa en el callo al causante de las muertes, que le
dedica vigilancia continua.
Después de que le robaran el bolso- ella ya
sospechaba que era para meterse en sus intimidades porque se lo devuelven
enseguida-, aparece, majestuosa, una empleada del gobierno, Hong, que le va
sonsacando los motivos de su visita, a la vez que le pone al corriente de las
circunstancias del momento histórico tan crucial como es el paso al capitalismo
sin perder las esencias del comunismo de Mao.
Sus conversaciones dan al lector muchas pistas
del asunto. Y hasta le lleva la funcionaria a presenciar un juicio, dado que Birgitta
es juez y le iba el tema por lo que hablan acerca de la pena de muerte y esos
temas trascendentales. Terminan medio amigas, dentro de las diferencias. A
Birgitta, le comienza a entrar miedo porque se siente vigilada y se larga a su
tierra, en cuanto termina el congreso al que ha acudido como acompañante.
Al poco
tiempo, se entera Hong de que van a fusilar a un capitalista amigo de su
hermano Ra Yu, que como éste, es dueño de un emporio, pero que ha caído en
desgracia por lo que morirá sin remedio para dar ejemplo de la integridad del
Gobierno; le visita en su celda de
muerte donde se entera de las trapacerías de Ra Yu, tan corrupto como el
condenado, pero más astuto por lo que aún figura entre la élite de los
empresarios que acompañan a los embajadores en sus viajes de negocios.
Ambos hermanos,
Mong y Ra Yu, por distintos
procedimientos, acompañan a un grupo de emprendedores chinos a Zimbawe, a
parlamentar con el presidente Mugabe, al que le dan ayuda
económica y espiritual, y del que pueden sacar el permiso para trasladar a su
rico país a varios millares de chinos como colonos, y que les proporcionarían pingües
beneficios.
Hablan los
hermanos, y él se da cuenta de que Mong es una persona honrada, que cree en la
solidaridad y la justicia y que le reprocha su maldad y le acusa de ser el
responsable de las muertes de los suecos aldeanos.
Mong no
entiende que su hermano, que ha estado
leyendo las memorias de un antepasado que estuvo esclavizado construyendo el
ferrocarril de Estados Unidos en el siglo XIX, pueda llevar el rencor de varias
generaciones en su corazón como para deshacerse de los herederos del tal JA,
que fue su verdugo en la construcción del ferrocarril americano. Mong pensaba
que sería amor y lealtad a la familia,
pero el lector descubre que no, porque la elimina por el procedimiento del
accidente provocado. Era muy malo y muy vengativo el Ra Yu.
Pero como Mong sabe que su hermano es capaz de
todo, el autor hace aparecer en Zimbawe, por arte de birlibirloque, a una
antigua compañera de colegio, que no veía desde la adolescencia, a la que le
entrega una carta que debe dar a Birgitta, en caso de que ella fallezca de
muerte sospechosa.
Cuando le llega a las magníficas oficinas de
Ra Yu, la noticia de que va a ser investigado en sus finanzas, cae en la cuenta
de que, muerta su hermana, tiene que ser
la acusadora la Birgitta de Suecia. Y allá se va a por ella.
Con este
argumento, pues la lectora, que era yo, he tenido que hacer horas
extraordinarias para poder ir descubriendo algo del asunto, que me traía en
ascuas . Pero me he quedado con las ganas de saber cómo descubrió el primer
chino, que fue torturado por el JA, qué apellido significaba la A, y cómo supo
de dónde era, porque allí se comunicaban muy poco, que no lo cuenta el autor lo
que me parece un fallo imperdonable.
Y , una vez
leída y descansando cuando se acaba todo: pagando el malo, como debe ser, me
pregunto: ¿Es ésta una buena novela?
Pues si es por enganchar al lector, digamos que sí.
Por su forma
estructural de hacer flashback y darnos un paseo por la América profunda del Oeste, también.
Por hacer
entender cómo pueden ser los mecanismos sociopolíticos en la expansión mundial
que están realizando los chinos tanto en Europa como en África en estos
momentos,…bueno.
Por los razonamientos acerca de las
consecuencia de la economía global…de acuerdo.
Pero me ha
parecido ingenua la irrupción en escena de los personajes- bien caracterizados,
es cierto- sin venir a cuento y con una simpleza de aparición bastante mágica.
Tiene
demasiadas incongruencias para considerarla una novela redonda.
Me gustó más
“El ojo del leopardo”, pese a que ambas disfrutan de una traducción impecable y
se leen con mucho gusto.
PJ Blanco Rubio. Bilbao, 15-11-2013