Con lenguaje aparentemente coloquial, Laura Esquivel,(México, 1950) escribe una novela llena de intervenciones fantásticas, que se puede incluir en el apartado del realismo mágico hispanoamericano.
“Como agua para chocolate” se escribió en 1989, veinte años después de que el “nuevo feminismo francés”, surgido a consecuencia del “mayo del 68”, acuñara el concepto crítico de “genealogía femenina”. Este mismo año fue crucial también en México a causa de la Matanza de Tlatelolco, y genera un cambio abrupto en la narrativa femenina mexicana.
La “genealogía femenina” se basa en la recuperación de las relaciones entre mujeres, simbólicas o familiares, comenzando por el lazo con la madre devastado por la cultura patriarcal, que se asienta sobre la base de un matricidio. El concepto de genealogía supone una reconciliación entre mujeres a través de cauces simbólicos como el rol del cuerpo y el derecho a la identidad perdida. En ella se alteran los esquemas femeninos tradicionales dando primacía al aspecto sensorial, erótico, irónico, y poético, elementos que aparecen perfectamente ensamblados en esta novela.
“Como agua para chocolate” es una metáfora acerca de la trascendencia de la mujer. La cocina, es el gran templo y a la vez el gran útero donde se gesta la vida de Tita y de toda la familia de de la Garza, controlado por la gran sacerdotisa Nacha, que acerca al rancho los ritos ancestrales del pasado a través de las recetas, que no solamente alimentan el cuerpo sino que alteran el espíritu de los comensales a merced de los estados de ánimo de la protagonista. Personaje realmente sorprendente, éste de Nacha, la cocinera india, madre nutricia, proveedora generosa de amor, alimento y plenitud, con una voz que proviene de las capas más profundas del espíritu donde anida la irracionalidad y representa un modo de liberación y de exaltación de la vida
Es en el reino de Nacha, donde se produce la magia de llorar lágrimas sobre los alimentos que entristecen o derramar sangre sobre los pétalos de las rosas del pastel capaces de enternecer a los invitados en los dos, bien distintos, banquetes de bodas. Aquí la cocina no es un lugar opresor sino generador de sueños, refugio de penas, compensador de frustraciones: es el gran laboratorio donde se fabrican los acontecimientos.
Tita es mucho más que una mujer que habita una cocina a la que ha sido relegada desde su nacimiento: representa la terrible realidad de muchas otras mujeres. Que, pese a su rebeldía, se somete a la dictadura de mamá Elena, empeñada en continuar una tradición castrante, de origen desconocido, y ante la que nadie puede replicar: la hija menor debe quedarse soltera para cuidar de la madre hasta que ésta muera.
Tita es una mujer simbólica, que reconcilia su frustrada maternidad en la alimentación de Roberto y Esperanza, sus sobrinos, siendo capaz de amamantar mágicamente, con sus pechos vírgenes, al hijo del hombre que ama, como una diosa Ceres portadora de vida.
Mamá Elena es el prototipo de madre devoradora, conservadora de la ley del patriarcado, que considera a la mujer dependiente y sumisa, como ha sido considerada a lo largo de la historia. Su presencia genera temor. Ella no pudo acceder a casarse con el amor de su vida, un mulato padre de su hija Gertrudis, y no duda, pese a su triste experiencia, en sacrificar a su hija Tita para continuar la tradición.
No solamente hay desencuentros entre madre e hija: entre Tita y su hermana Rosaura la rivalidad es patente y entre ellas se encuentran “como agua para chocolate”, o como diríamos nosotros: echando chispas.
Rosaura, que accede a casarse con el novio de Tita, Pedro, -que no tiene otra alternativa a este matrimonio no deseado para estar cerca de su enamorada- es la persona preocupada de mantener las formas, no importándole las relaciones entre su esposo y su hermana mientras se mantuvieran en secreto.
Contrapuesto a los convencionalismos de mamá Elena y de Rosaura, aparece el personaje fresco de Gertrudis, hija bastarda de mamá Elena, que hace de mediadora entre los amores de Tita y Pedro, capaz de escaparse desnuda en un caballo, y convertirse en un personaje de la revolución mexicana, que es el momento histórico cuando se desarrolla la historia, con lo que la autora, rinde así homenaje a las muchas mujeres valientes que intervinieron en ella.
No es casualidad que la historia esté narrada por la sobrina nieta de Tita, hija de Esperanza y Alex, el hijo de John, con lo que se cierra el círculo narrativo y genealógico.
No es necesario un conocimiento exhaustivo de los movimientos feministas ni del léxico culinario mexicano para disfrutar de la lectura de “Como agua para chocolate”, ya que, como toda obra profunda, tiene diversos niveles de interpretación, y el más primario satisface las necesidades del mero disfrute de este libro.
13-2-2013 PJ Blanco Rubio
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