domingo, 24 de febrero de 2013

Taller de Crítica literaria Marzo 2013

Con lenguaje aparentemente coloquial, Laura Esquivel,(México, 1950) escribe una novela llena de intervenciones fantásticas, que se puede incluir en el apartado del realismo mágico hispanoamericano.

“Como agua para chocolate” se escribió en 1989, veinte años después de que el “nuevo feminismo francés”, surgido a consecuencia del “mayo del 68”, acuñara el concepto crítico de “genealogía femenina”. Este mismo año fue crucial también en México a causa de la Matanza de Tlatelolco, y genera un cambio abrupto en la narrativa femenina mexicana.

La “genealogía femenina” se basa en la recuperación de las relaciones entre mujeres, simbólicas o familiares, comenzando por el lazo con la madre devastado por la cultura patriarcal, que se asienta sobre la base de un matricidio. El concepto de genealogía supone una reconciliación entre mujeres a través de cauces simbólicos como el rol del cuerpo y el derecho a la identidad perdida. En ella se alteran los esquemas femeninos tradicionales dando primacía al aspecto sensorial, erótico, irónico, y poético, elementos que aparecen perfectamente ensamblados en esta novela.

“Como agua para chocolate” es una metáfora acerca de la trascendencia de la mujer. La cocina, es el gran templo y a la vez el gran útero donde se gesta la vida de Tita y de toda la familia de de la Garza, controlado por la gran sacerdotisa Nacha, que acerca al rancho los ritos ancestrales del pasado a través de las recetas, que no solamente alimentan el cuerpo sino que alteran el espíritu de los comensales a merced de los estados de ánimo de la protagonista. Personaje realmente sorprendente, éste de Nacha, la cocinera india, madre nutricia, proveedora generosa de amor, alimento y plenitud, con una voz que proviene de las capas más profundas del espíritu donde anida la irracionalidad y representa un modo de liberación y de exaltación de la vida

Es en el reino de Nacha, donde se produce la magia de llorar lágrimas sobre los alimentos que entristecen o derramar sangre sobre los pétalos de las rosas del pastel capaces de enternecer a los invitados en los dos, bien distintos, banquetes de bodas. Aquí la cocina no es un lugar opresor sino generador de sueños, refugio de penas, compensador de frustraciones: es el gran laboratorio donde se fabrican los acontecimientos.

Tita es mucho más que una mujer que habita una cocina a la que ha sido relegada desde su nacimiento: representa la terrible realidad de muchas otras mujeres. Que, pese a su rebeldía, se somete a la dictadura de mamá Elena, empeñada en continuar una tradición castrante, de origen desconocido, y ante la que nadie puede replicar: la hija menor debe quedarse soltera para cuidar de la madre hasta que ésta muera.

Tita es una mujer simbólica, que reconcilia su frustrada maternidad en la alimentación de Roberto y Esperanza, sus sobrinos, siendo capaz de amamantar mágicamente, con sus pechos vírgenes, al hijo del hombre que ama, como una diosa Ceres portadora de vida.

Mamá Elena es el prototipo de madre devoradora, conservadora de la ley del patriarcado, que considera a la mujer dependiente y sumisa, como ha sido considerada a lo largo de la historia. Su presencia genera temor. Ella no pudo acceder a casarse con el amor de su vida, un mulato padre de su hija Gertrudis, y no duda, pese a su triste experiencia, en sacrificar a su hija Tita para continuar la tradición.

No solamente hay desencuentros entre madre e hija: entre Tita y su hermana Rosaura la rivalidad es patente y entre ellas se encuentran “como agua para chocolate”, o como diríamos nosotros: echando chispas.

Rosaura, que accede a casarse con el novio de Tita, Pedro, -que no tiene otra alternativa a este matrimonio no deseado para estar cerca de su enamorada- es la persona preocupada de mantener las formas, no importándole las relaciones entre su esposo y su hermana mientras se mantuvieran en secreto.

Contrapuesto a los convencionalismos de mamá Elena y de Rosaura, aparece el personaje fresco de Gertrudis, hija bastarda de mamá Elena, que hace de mediadora entre los amores de Tita y Pedro, capaz de escaparse desnuda en un caballo, y convertirse en un personaje de la revolución mexicana, que es el momento histórico cuando se desarrolla la historia, con lo que la autora, rinde así homenaje a las muchas mujeres valientes que intervinieron en ella.

No es casualidad que la historia esté narrada por la sobrina nieta de Tita, hija de Esperanza y Alex, el hijo de John, con lo que se cierra el círculo narrativo y genealógico.

No es necesario un conocimiento exhaustivo de los movimientos feministas ni del léxico culinario mexicano para disfrutar de la lectura de “Como agua para chocolate”, ya que, como toda obra profunda, tiene diversos niveles de interpretación, y el más primario satisface las necesidades del mero disfrute de este libro.

13-2-2013 PJ Blanco Rubio

Una visión foucaultiana de La mujer habitada, de Gioconda Belli

Comienzo este escrito pidiendo disculpas por la palabreja. La intención es tomar prestado unos conceptos de El orden del discurso de Michel Foucault y aplicarlos a la interpretación de esta magnífica obra de la mencionada autora.

¿Y a santo de qué?, podría ser la pregunta de alguien que participa en el Taller de Crítica literaria de Escribe-lee. ¿Qué pueden aportarnos aquí los conceptos de un filósofo?

Así es que la actitud de desconfianza que recomienda a toda mujer Simonne de Beauvoiar hacia un hombre que escriba sobre la mujer, en este caso debería ser doble.

Y a pesar de ello, creo que aportan reflexiones sobre La mujer habitada que permiten resaltar lo interesante de esta novela en la línea de emancipación y empoderamiento de la mujer, y los límites o estrecheces en la mirada en la que inevitablemente entra un pensamiento y una sensibilidad condicionada por una trama en la que el amor comienza a ser al final bastante melodramático y muchas expresiones, pertenecientes a la tópica de los grupos revolucionarios, hacen que se pierda en parte esa frescura y sensibilidad femenina tan presente en su obra poética.

Dice Foucault en El orden del discurso:

"En una sociedad como la nuestra son bien conocidos los procedimientos de exclusión. El más evidente y el más familiar también es lo prohibido. Se sabe que no se tiene derecho a decirlo todo, que no se puede hablar de todo en cualquier circunstancia, que cualquiera, en fin no puede hablar de cualquier cosa. Tabú del objeto, ritual de la circunstancia, derecho exclusivo o privilegiado del sujeto que habla: he ahí el juego de tres tipos de prohibiciones que se cruzan, se refuerzan o se compensan, formando una compleja malla que no cesa de modificarse."

Resaltaré únicamente que en nuestros días, las regiones en las que la malla está más apretada, en la que se multiplican los comportamientos negros, son las regiones de la sexualidad y de la política: "como si el discurso, lejos de ser ese elemento transparente o neutro en el que la sexualidad se desarma y la política se pacifica fuese más bien uno de esos lugares en que se ejercen, de manera privilegiada, algunos de sus más temibles poderes.”

Justamente son estas regiones de la sexualidad y la política los temas prioritarios en La mujer habitada. Y queriendo resaltar su relevancia, la autora no se ha contentado con relatarnos la situación en la que se encuentra la mujer en el sur de América. Su obra trasciende los espacios, como lo prueba su eco internacional, y también los tiempos. Itzá, la mujer indígena que, jugando con la fantasía del realismo mágico, la autora hace que “habite” el cuerpo de Lavinia, la protagonista, nos transmite los problemas y preocupaciones de la mujer de hoy y de siempre, al trasladarnos al siglo XVI.

Temibles poderes en la política dictatorial de los generales de Faguas, y en el discurso moral que controla la iglesia y las instituciones que se remontan a los conquistadores españoles del siglo XVI, y que además de rechazar la religión indígena, aplican también a las mujeres indígenas la brutal represión sexual y discriminación contra la mujer, importada desde la España de la Inquisición. Mas también discriminación femenina en los revolucionarios entonces (en la época de Itzá) y ahora en la de Lavinia.

Tabú del objeto, pues serán masacrados los indígenas que no respeten el crucifijo, el cáliz...todos y cada uno de los objetos sagrados de la única religión verdadera, la Católica, Apostólica y Romana. La misma que en Faguas, transformados los objetos. Ahora el hombre-objeto, del poderoso partido verde, convertido en objeto de deseo al poseer ese rancio abolengo, que los militares, en el máximo poder político, carecen en cambio de esa elegancia de los hombres del Social Club, al que asisten colgados del brazo, cada cual de su mujer-objeto. Los militares, son incapaces de imitar esa elegancia, aunque lo intentan. A ellos se les nota demasiado su brutalidad y grosería, a ellas su estupidez. Cuanto más intentan imitar, más dejan ver su mal gusto de objetos importados.

El objeto se transforma pero permanece la fuerza de su tabú: Sólo unos privilegiados son y poseen el objeto del deseo. Otros pocos les imitan y la inmensa mayoría del pueblo no sólo carece de ellos, sino de los mínimos necesarios para vivir.

Ritual de la circunstancia, bendiciendo las guerras, condenando los dioses y objetos indígenas, entonces;
creando los grupos de policía especial que arrojan desde el helicóptero a los opositores al régimen dictatorial en nombre del bienestar y la seguridad del país, ahora.

Derecho exclusivo o privilegiado del sujeto que habla, pues el virrey en Sudamérica habla en nombre del rey y los sacerdotes cristianos en nombre de Dios. Todos los demás debían callar, escuchar la palabra sagrada y acatarla. Y en la Faguas moderna, en los púlpitos, en las escuelas, en los periódicos, en las plantaciones, a nadie le quedaba duda de quiénes eran los que hablaban y a quiénes les tocaba escuchar sólo y acatar.

Pero estas exclusiones, con ser las más extremadas y brutales, no eran las únicas. La mujer también se sentía excluida de los planes revolucionarios. Yarince no permitía que Itzá asistiera a los rituales guerreros. Tampoco veía con buenos ojos que se mirara al espejo. Bajo la excusa de que era un objeto maligno del invasor o pura coquetería de mujer, no quería que ella gozara de la contemplación de su cuerpo desde ella misma, que se descubriera hermosa en su propia contemplación.

Y Lavinia, cuatro siglos después, de otra forma, por tanto, siente también las exclusiones por parte de su compañero Felipe. No tanto, ciertamente como lo observa en su madre y en sus amigas, verdaderas mujeres-objeto cumpliendo el papel de fieles esposas, abnegadas madres y mujeres-florero en las fiestas. Felipe es un hombre concienciado que lucha por cambiar la situación. A pesar de todo la quiere más como esposa de revolucionario que como compañera revolucionaria de igual a igual.

La mujer habitada de Gioconda Belli es una denuncia de todas las formas de exclusión de la mujer en la sociedad. Es también una propuesta subversiva. Una propuesta de esta escritora para que den la vuelta los significados que han sido durante tanto tiempo apropiados por el poder político, religioso, sexual. Quiere otras <>, como reza uno de sus poemas, del que leemos una de sus estrofas:

El hombre que me ame
no querrá poseerme como una mercancía,
ni exhibirme como un trofeo de caza,
sabrá estar a mi lado
con el mismo amor
con que yo estaré al lado suyo

Es una subversión de ciento ochenta grados, ciertamente, lo que hay en esta propuesta en todos los aspectos tratados en esta magnífica obra: subversión política, para que el pueblo se apropie de la palabra y pueda dar sus propios significados sobre el bien y el mal, sobre la justicia y la injusticia, sobre la belleza y la fealdad; subversión sexual para conquistar la igualdad hombre mujer, codo con codo en las tareas, en igualdad de condiciones, incluida la iniciativa en las relaciones sexuales.

Llegados a este punto hasta el que sólo hemos realizado valoraciones positivas de la obra, me gustaría señalar una limitación en ella que la hace no estar a la altura de la producción poética de su autora.

La subversión es rigurosamente de ciento ochenta grados en el sentido de que propone la sustitución del poder en las instituciones, roles e instancias copadas por lo masculino por un poder femenino. Y seguro que esto es muy necesario. Pero tal vez no sea suficiente.

Si los hombres nos miramos en el espejo de las instituciones políticas, jurídicas, religiosas, económicas... encontramos una imagen demasiado masculina y demasiado antigua pero muy poco favorecedora de nosotros mismos.

Cómo nos favorecería que se hicieran las cosas desde otra sensibilidad y otra mirada también: la sensibilidad y mirada femenina.

La mirada de Itzá por primera vez en un espejo en el que se descubre bella para sí misma, a pesar de ser un objeto de los conquistadores, no ha sido un gesto frecuente por parte del varón de casi ninguna cultura. En las más primitivas, las pinturas de guerra que exaltaban la ferocidad de su rostro para enfrentarse al enemigo, era el gesto predominante. Y los griegos nos enseñaron a la cultura occidental que Narciso fue maldecido por los dioses por tener la vanidad de gozar frente a su propia imagen. Así es que el varón aprendió desde hace mucho a mirar sobre todo hacia fuera.

Y esa mirada se ha transmitido a través de los años en el discurso político, religioso, jurídico...

De nuevo Foucault:

“¿Qué es, después de todo, un sistema de enseñanza, sino una ritualización del habla; sino una cualificación y una fijación de las funciones para los sujetos que hablan; sino la constitución de un grupo doctrinal; sino una distribución y una adecuación del discurso con sus poderes y saberes?”


Y frente a ello propone: “poner en duda nuestra voluntad de verdad; restituir al discurso su carácter de acontecimiento; levantar, finalmente, la soberanía del significante”

Analicemos brevemente este último texto:

“Poner en duda nuestra voluntad de verdad”.

Cierto que ya la ciencia ha dejado de ser determinista para resignarse a aceptar que la verdad es sólo probable. Pero aún quedan muchos jueces convencidos de su verdad cuando juzgan a las mujeres por adulterio, o por lo que ellos consideran conductas desviadas de la moral; muchos maridos que parecen no haber roto nunca un plato, capaces de matar a su mujer, pues están convencidos de que les pertenece. En fin, en cuántas partes del mundo la verdad religiosa, moral...causa inmenso dolor a las mujeres.

“Restituir al discurso su carácter de acontecimiento”

Si conseguimos poner en duda nuestra verdad (y la guardamos, como nos pedía Machado) entonces se abren unos escotillones a través de los cuales podemos, ver, escuchar, intuir La Verdad de modo imperfecto e incompleto, pero múltiple y diverso:

Ese atardecer y su aire cálido en plena cara; el regalo del viento del norte cargado de salitre; la mano de un futuro padre sobre el vientre de una futura madre, y la mirada de ella a él, y la mirada de él a ella; y la mirada de las madres con los ojos saliéndose de sus órbitas viendo los vientres abultados de sus hijos; y la mirada torva, fría dura, de los que embalan misiles...y dólares; y la percepción táctil sobre la piel al recorrerla con la yema de los dedos.

A veces nos encogen el corazón de pena o de indignación, otras lo ensanchan de placer, pero son acontecimientos: anteriores en el discurso a su definición, su clasificación, su categorización, su juicio, su transformación, su mecanización, su embalado, su venta, su compra...

Mas en nuestra sociedad, se ha ido expulsado el discurso el acontecimiento en sí. Viene ya siempre con el significado dado, preparado para ser usado en el aula, en la iglesia, en el periódico, en los libros de texto y en los que no lo son.

Por eso Foucault reclama la “soberanía del significante”. Liberarlo del significado demasiado antiguo, demasiado gastado, demasiado occidental, demasiado machista, demasiado ligado a intereses económicos e ideológicos, en el discurso predominante.

Es necesario volver una y otra vez a la originalidad de las cosas y respetarlas en su puro acontecer, en su pura materia de significantes. Despojarnos de los impacientes significados con los que un viciado discurso viene etiquetando la vida. Dar un respiro a la vida para que pueda renacer, renovarse. Tratar de verla, al menos alguna vez con los ojos de Juana de niña al levantarse de la cama, la protagonista de Cerca del corazón salvaje, de Clarice Lispector:

“La máquina de papá hacía tac-tac...tac-tac-tac...El reloj sonó como un tintineo callado. El silencio se arrastraba zzzzzz. El guardarropa decía ¿qué? ropa-ropa-ropa. No, no. Entre el reloj, la máquina y el silencio había un oído a la escucha, una oreja grande, color de rosa, muerta. Los tres sonidos estaban ligados por la luz del día y por el crujir de las hojas de los árboles que rozaban unas contra otras radiantes.


Apoyando la cabeza en la vidriera brillante y fría miraba hacia el patio del vecino, hacia el gran mundo de las gallinas que-no-sabían-que-iban-a-morir. Y podía sentir, como si estuviera muy cerca de su nariz, la tierra caliente, prieta, perfumada y seca, donde muy bien sabía, muy bien sabía que una u otra lombriz de tierra se estaba desperezando antes de ser comida por la gallinas que las personas se iban a comer.”

Antes de establecer los significados de los sistemas (económico, político, jurídico...), o haciendo algún paréntesis de vez en cuando en medio de ellos, dejemos a los significantes que libremente puedan escoger nuevos significados para interpretar las cosas. Dejemos un hueco a la niña Juana en medio de los sistemas para que ella pueda ligar los sonidos con la luz del día o con el crujir de las hojas. Dejemos que los significantes puedan mudar de significado (imprescindible en la democracia de todos los hablantes del discurso), que vayan cambiando las connotaciones de <> que han servido para crear los tópicos de ser débil, aunque bello, madre amantísima, exclusiva cuidadora del hogar, etc., por otras que no sólo la sitúen en condiciones de igualdad de derechos con el varón, sino que sea el resultado de su propia autodefinición, al escoger ella el espejo en el que quiere mirarse. Y para que los varones reaprendamos a mirarla. La propia Gioconda Belli nos da pistas:

El hombre que me ame:
deberá saber descorrer las cortinas de la piel,
encontrar la profundidad de mis ojos
y conocer lo que anida en mi,
la golondrina transparente de la ternura.

Y autoras como Laura Esquivel, Isabel Allende, Angeles Mastretta, Clarice Lispector (por citar sólo las que leemos este curso en el taller) y miles de autoras más están buscando su autodefinición a través de la escritura.

Santos Pérez / Sopelana 10/02/2013