martes, 3 de enero de 2012

Taller crítica literaria Asociación escribe-lee de Enero



Título: El corazón de las tinieblas
Autor: Joseph Conrad (1857-1924)
Editorial Juventud S.A. 1990

Resulta difícil elegir si destacar los hechos que se narran en esta novela, la colosal aventura del hombre blanco es pos del marfil, en el río Congo de África; o la forma narrativa del autor, que se sumerge en los miedos, en las luchas despiadadas, en el horror de la naturaleza salvaje, en las falsedades de la civilización europea, o en las enfermedades que aniquilan la salud, y deja perplejo al lector con las profundas reflexiones que acompañan en todo momento a los hechos vividos.

… Una detonación pesada y sorda sacudió el suelo; una bocanada de humo salió del acantilado, y eso fue todo. Ningún cambio pareció tener lugar en la superficie de la roca. Estaban construyendo una vía férrea. El acantilado no le cerraba el paso ni nada por el estilo, pero esta explosión sin objeto era el único trabajo que se hacía. Un ligero tintineo a mis espaldas me hizo volver la cabeza. Seis negros avanzaban en fila subiendo el sendero penosamente. Caminaban erguidos, despacio, llevando sobre sus cabezas pequeñas canastas llenas de tierra que se balanceaban, y el tintineo marcaba el ritmo de sus pasos. Iban envueltos en negros harapos ceñidos a los ijares, y las cortas puntas de atrás se agitaban de un lado a otro como si fueran colas. Podía contarles las costillas. Las articulaciones de sus miembros eran como los nudos de una cuerda. Todos iban con una argolla de hierro al cuello y unidos por una cadena cuyos eslabones entrechocaban, tintineando rítmicamente. Otra detonación desde el acantilado me hizo pensar de pronto en aquel barco de guerra que había visto disparar contra todo un continente. Era el mismo sonido siniestro; pero estos hombres, por más esfuerzos que se hicieran con la imaginación, no podían ser llamados enemigos. Eran considerados delincuentes, y la ultrajada ley, como los proyectiles que estallaban, habían venido a ellos, como un insoluble misterio, desde el mar. Sus delgados pechos jadeaban al unísono; les temblaban las narices, violentamente dilatadas. Pasaron a un palmo de mí, sin una mirada, con esa completa y mortal indiferencia que tienen los salvajes infelices.

Eduardo Medina (Getxo, 8/01/2012)