CONFESIONES DE UNA MÁSCARA(Kamen no Kokuhaku)
Yukio Mishima (Revista literaria Katarsis) ,
El prólogo, un texto de Fiodor Dostoievsky en “Los hermanos Karamazov”, es el latigazo que nos pone en guardia ante lo que vamos a encontrar en esta novela: muchos interrogantes y duras certezas.
Veamos algunas de ellas:
-La belleza es cosa terrible y espantosa
-Tuve el presentimiento de que en este mundo se da un deseo de tal especie que es como un punzante dolor. (4 años)
-Siento repugnancia por las mujeres vestidas de hombre
-El olor de sudor…que despertaba mis deseos y que me avasallaba
-Las visiones de príncipes muertos violentamente me perseguían sin cesar…
-Me deleitaba imaginando situaciones en las que yo moría en batalla o asesinado
-Me produjo un deleite indecible el que me hubieran pegado cuatro tiros y estuviera agonizando…
Un comienzo extraño con los recuerdos del narrador de su propio nacimiento; un niño con aficiones difíciles de entender, muy poco comunes, que envidia a personas extrañas, tales como el portador de los cubos con inmundicias, a los cuatro años; o la Tenkatsu, que vestía aparatosas prendas y velos en sus actuaciones de magia, a los siete años. ¿Qué se puede pensar de un crío así? ¿Es normal que reflexione como lo hace a lo largo de la historia, que desmenuce cada hecho de esa, su infancia atormentada, para hacer cábalas y más cábalas, intentando que no ocurra lo que es inevitable?
La novela narra, en primera persona, la historia de un joven estudiante en el Japón, durante la Segunda Guerra Mundial. La educación de este joven está regida por los severos principios de esa época, y muy condicionada por la abuela con la que convive. En la escuela despierta su pasión por la belleza, y, a la vez, el contacto con sus compañeros le lleva a descubrir su homosexualidad incipiente. Dentro de su familia conoce a una prima por la siente afecto, la chica se enamora de él, lo que le lleva a dudar de sus tendencias, pero a pesar de su empeño no siente ninguna atracción por ella.
La narración trata de meternos en ese nudo de sentimientos y cavilaciones que alimentan el mundo interior del personaje; desvela la máscara tras la que se esconde, bien seguro de que nadie puede aceptarlo tal como es: “La debilidad que mi corazón sentía por la Muerte, la Noche y la Sangre era innegable”, afirma sin pudor este joven.
Eduardo Medina, noviembre 2011
“Confesiones de una máscara”, publicada por Kimitake Hiraoka, bajo el seudónimo de Yukio Mishima, convirtió a su autor en una celebridad a la edad de 24 años.
Veamos algunas de ellas:
-La belleza es cosa terrible y espantosa
-Tuve el presentimiento de que en este mundo se da un deseo de tal especie que es como un punzante dolor. (4 años)
-Siento repugnancia por las mujeres vestidas de hombre
-El olor de sudor…que despertaba mis deseos y que me avasallaba
-Las visiones de príncipes muertos violentamente me perseguían sin cesar…
-Me deleitaba imaginando situaciones en las que yo moría en batalla o asesinado
-Me produjo un deleite indecible el que me hubieran pegado cuatro tiros y estuviera agonizando…
Un comienzo extraño con los recuerdos del narrador de su propio nacimiento; un niño con aficiones difíciles de entender, muy poco comunes, que envidia a personas extrañas, tales como el portador de los cubos con inmundicias, a los cuatro años; o la Tenkatsu, que vestía aparatosas prendas y velos en sus actuaciones de magia, a los siete años. ¿Qué se puede pensar de un crío así? ¿Es normal que reflexione como lo hace a lo largo de la historia, que desmenuce cada hecho de esa, su infancia atormentada, para hacer cábalas y más cábalas, intentando que no ocurra lo que es inevitable?
La novela narra, en primera persona, la historia de un joven estudiante en el Japón, durante la Segunda Guerra Mundial. La educación de este joven está regida por los severos principios de esa época, y muy condicionada por la abuela con la que convive. En la escuela despierta su pasión por la belleza, y, a la vez, el contacto con sus compañeros le lleva a descubrir su homosexualidad incipiente. Dentro de su familia conoce a una prima por la siente afecto, la chica se enamora de él, lo que le lleva a dudar de sus tendencias, pero a pesar de su empeño no siente ninguna atracción por ella.
La narración trata de meternos en ese nudo de sentimientos y cavilaciones que alimentan el mundo interior del personaje; desvela la máscara tras la que se esconde, bien seguro de que nadie puede aceptarlo tal como es: “La debilidad que mi corazón sentía por la Muerte, la Noche y la Sangre era innegable”, afirma sin pudor este joven.
Eduardo Medina, noviembre 2011
“Confesiones de una máscara”, publicada por Kimitake Hiraoka, bajo el seudónimo de Yukio Mishima, convirtió a su autor en una celebridad a la edad de 24 años.
Nacido en Tokio en 1925, Mishima es uno de los más importantes autores de la generación de la posguerra japonesa, discípulo del premio Nóbel Kawabata, con una extensa obra literaria tanto en narrativa como en teatro o en poesía.
Si la lectura de cualquier libro es una ventana abierta hacia la personalidad de su autor, “Confesiones de una máscara” lo es con más motivo ya que se trata de una obra de carácter autobiográfico, que nos pone al acecho de una personalidad inquietante, en la que se mezclan instintos ancestrales de la cultura japonesa, amalgamada con un conocimiento profundo de Occidente, desde la religión cristiana y la literatura clásica hasta los mitos originales europeos.
El libro, de 144 páginas solamente, abarca los primeros pensamientos del autor, lúcido y analítico desde su más tierna infancia, consciente de su realidad vital y de su desfase, tanto sexual como intelectual, con el resto de sus compañeros, que no solamente hace un análisis de sus apetencias sino que reflexiona, de paso, sobre situaciones de su país en plena Guerra Mundial.
A pesar de que las traducciones, sobre todo poéticas, suelen ser de fiabilidad muy dudosa considero que ésta es acertada – desconociendo el original, por supuesto- ya que consigue gran belleza literaria.
El libro es un monólogo en el que se interpolan fragmentos de algún diario del mismo protagonista -llamado en ellos Riotardo-, para profundizar en determinados episodios, jugando con el tiempo, y que sirve para agilizar la acción, que es mínima.
El protagonista, Kochan, nacido como el autor en una familia aristocrática venida a menos, no considera que la circunstancia de que su abuela le arrancara de los brazos de su madre para educarle conforme a los principios tradicionales y no le dejase jugar con niños sino con sus primas, fuera fundamental para que su cuerpo se sintiera conmovido ante el torso desnudo de sus compañeros varones.
Esta irresistible atracción por los hombres y su apagado deseo hacia las mujeres convierten su monólogo en un lamento enormemente poético. “Confesiones de una máscara” es pura poesía. Pura lírica llena de tristeza en la que disecciona sus apetencias no solo sexuales sino masoquistas, muy en la línea de la cultura japonesa, con un bagaje de honor samurai, lleno de sangre, al que Mishima hace honor quitándose la vida por medio del harakiri en 1970.
Por muy lírico y poético que sea, este libro japonés –la cultura de Japón me resulta un tanto compleja-, se me hizo demasiado denso y bastante pesado de leer. Es cierto que tiene reflexiones, no solo ante el hecho sexual sino ante cualquier otra faceta de la vida, de una enorme belleza:…”quedarse con el cuerpo disecado de la infancia”..., “la infancia es un período en el que el tiempo y el espacio se mezclan”.., “¿Cabe la posibilidad de que en este mundo haya un hombre que tenga celos de la mujer que ama, debido precisamente a que la ama?” .. y muchas más a cuál más acertadas, filosóficas y hermosas.
Si cuando lo leí, hubiera estado haciendo un estudio freudiano acerca de los preámbulos del sadomasoquismo en la adolescencia, o lo hubiera considerado como un examen poético acerca del miedo a afrontar la realidad sexual y la vida misma, hubiera disfrutado plenamente. “Confesiones de una máscara” es un ensayo introspectivo y singular, no una novela al uso.
Es cierto que yo había hecho trampa y conocía desde el principio la identificación entre el protagonista y el autor. De ahí que buscara con interés sus relaciones con la joven Sonoko, a la que Kochan desea amar físicamente, sintiéndose incapaz de ello, dado que la historia constata que el autor estuvo casado y fue padre de dos hijos. Razón por la que pienso si la tal obra no es más que una joya literaria y no una autobiografía, de muchísimo más mérito por lo tanto, cuanto que Mishima jugó toda la vida con su ambigüedad sexual.
Ambigüedad que le produjo pingües beneficios.
Petra-Jesús Blanco Rubio, noviembre 2011